Capítulo 22

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Serían las cinco y media de la madrugada cuando la pelinegra recuperó sus fuerzas. Había sido una noche intensa y no se quejaba en lo más mínimo, sabía de sobra que quedaría grabada en su mente durante los años que le quedasen de vida. Bien, admitía que si el dominante no le hubiese vendado los ojos sería mucho más visual todo, pero también reconocía que privarse de unas sensaciones aumentaba otras.

Le sorprendió tener el cuerpo de Zabdiel al lado del suyo, casi pegados gracias a todo lo que habían sudado horas atrás. El dominante nunca se quedaba con ella en el club después de haber tenido sexo allí, lo hacía únicamente cuando estaban en casa.

¿Por qué esa vez habría de ser diferente?

—Muñeca, deja de moverte, mantén tu culo quieto.— la ronca voz de un Zabdiel a medio dormir penetró sus oídos, mandándole un escalofrío a su columna vertebral.

—Quiero irme a casa.

—¿Ahora?— preguntó con cansancio—. ¿No podemos esperar a que sea de día?

—No te estoy pidiendo que vengas conmigo, sólo estoy diciendo que yo quiero irme y eso haré.— le hizo saber al tiempo que se levantaba de la cama, un suspiro se escapó de sus labios ante la acción. Sus fuerzas las había recuperado pero su cuerpo todavía estaba ardiendo por ciertas partes.

—La tela arderá en tu piel, ¿estás segura de querer vestirte?— cuestionó Zabdiel mirándola con una sonrisa divertida en los labios.

Fiammenta lo maldijo internamente, lo que menos necesitaba era decirlo en voz alta. Un castigo no le cundía en esos momentos.

Buscó con la mirada su ropa por el suelo y al encontrarla no dudó en ponérsela. Zabdiel tenía razón, la sensación de incomodidad estaba presente porque la tela le hacía daño. Sin embargo, no saldría desnuda, no porque tuviese vergüenza pues no tenía muchos escrúpulos, solo quería verse orgullosa y dejarle respirar en claro al dominante que no había sido para tanto.

—No tan deprisa, muñeca.— dijo él en voz alta, cuando ella volteó se lo encontró ya vestido y con una radiante sonrisa en los labios—. A diferencia de ti no me han azotado toda la noche, no tengo que fingir.

—Oh, cállate.— murmuró rodeando los ojos—. No voy a morirme.

Él rió al tiempo que se acercaba a ella, sus manos fueron directas a sus caderas para acercar su cuerpo al suyo y con sus labios buscar los suyos. La pelinegra soltó una queja cuando él se separó, no había sido suficiente el baile entre sus bocas, se había quedado con las ganas de imitar la acción con su lengua.

—¿Dónde quedó eso de conformarte con lo que yo te daba?— preguntó, acto seguido le dio una nalgada que la hizo dar un pequeño salto—. En el club eres mi sumisa a tiempo completo, los excesos de confianza son fuera del local.

—Me tienes mal acostumbrada.

—¿Yo?— alzó sus cejas—. De eso nada, muñeca, las malas costumbres te las atribuyes tú solita.

Le guiñó un ojo antes de dirigirse hasta la puerta, al abrirla le hizo un gesto para que pasara antes. Fiammenta bufó, desganada, pero finalmente caminó delante de él sabiendo que los ojos del dominante no se despegarían del movimiento de su trasero.

No había la mitad de gente que cuando llegaron, a decir verdad apenas había personas en el local después de las cuatro y pico de la mañana. Todavía estaba sonando una de esas canciones de Michele Morrone que eriza la piel con solo escuchar las primeras notas.

La mirada del dominante barrió el local, buscando algo o tal a alguien, pero cuando sus ojos conectaron con una persona que había aparecido hacía no demasiado en sus vidas ni siquiera se sorprendió. Él, con sus ideas tan claras y con esa moral que la sociedad había impartido estaba allí en el club para romper los esquemas.

—¿Ese de allí no es el muñeco?— preguntó con un tono de agrado en la voz.

—No sabía que estabas tan interesado en mi hermanastro.— comentó ella mirando en su dirección—. ¿Eres heterosexual, Zab?

Una risa se escapó de su boca ante la pregunta que le había formulado, ninguno de los maestros eran heterosexuales al cien por ciento, todos tenían un punto de bi. Al fin y al cabo, no le importaba demasiado el género, el placer podría experimentarse con cualquier persona.

—No me gusta tu hermanito, si eso es lo que te preocupa.— murmuró con diversión—. Aunque no puedes negar que es tu versión en masculino y sin tatuajes.

—¡Oh, mierda!— exclamó—. Verdaderamente te atrae.

—Como puede atraerme cualquiera otra persona, eso no debería de calentarte la cabeza.— murmuró mirándola—. Después de todo, tú eres quien me gusta.

Fiammenta sonrió ante sus palabras y lo miró al tiempo que ladeaba su cabeza con fingida inocencia. Había una duda rondando por su cabeza más grande que la de la sexualidad del dominante desde que él había aceptado su propuesta.

—¿Por qué accediste a hacer un trío?

—Ya te lo dije, no soy celoso... — la voz de la pelinegra lo interrumpió antes de que siguiera con el discurso que le había dado antes.

—No, eso ya lo escuché... Y no quiero que me digas lo que quiero escuchar sino lo que tú verdaderamente piensas sobre el tema.

Asintió ligeramente con su cabeza y abrió la boca dispuesto a hablar, sin importarle que lo que sus labios dijeran fuera algo tóxico para ella.

—Con el consentimiento de ambos, no me importa que alguien más te brinde placer. Tal vez le entregues tu cuerpo y como mucho algún que otro orgasmo... Pero a mi me entregas más que eso, es a mi a quien amas.— sus dedos tomaron su mentón—. ¿No, muñeca?

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