CAPITULO 23

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El comienzo del caos

Piero

Washington DC
12 de Diciembre de 2020
07:00 pm

Cuando era niño mi padre solía decir que las personas inconstantes son como una hiedra venenosa que te destruye si te descuidas y eso es lo que pienso de ella, la mujer que nos trajo hasta este punto. Calar hasta lo más profundo de mi cuerpo, mi alma y mis jodidos sentimientos es la estupidez que dejé que pasara, sin tener claro las destructivas consecuencias. No hay un punto claro, ni fijo, ni intermedio. La oscuridad no sólo es la ausencia de luz, es un vacío indeterminado de soledad y desolación. Y mi oscuridad me atraviesa el alma como dagas ardientes y filosas. Como ha sido siempre desde que tengo memoria, la unica luz que he conocido... tiene por nombre: Klara Marchetti, mi madre.

A pesar de todo, vivo con la seguridad de haber disfrutado mi vida lo más plácida posible, importandome menos los sentimientos de los demás, al igual que sus pensamientos sobre mi, vivo para satisfacer mis propias necesidades, no las de los demás. Y si tuviera que elegir mi vida antes de nacer, no dudaría en volver a nacer como Piero Marchetti, sin cambiar absolutamente nada.

Le doy una mirada helada al polizia antes de salir de la sala en donde el juicio fue aplazado por el imbecil del juez.

Calmo, figlio mio. Questo è solo un errore che risolverò presto. «Calma, Hijo mío. Esto es sólo un error que resolveré pronto»—dice mi padre con ese tono impenetrable mientras caminamos lado a lado hacia el covoy de la SWAT.

Con las manos esposadas y los seis oficiales de negro que nos escoltan hacia el vehículo, mi cerebro no deja de pensar y analizar estrategias.

Primero será mía y después la mato.

Me repito una y otra vez. El auto polarizado se mueve rápido. Alzo la mirada encontrando a mi padre sentado frente a mi con las manos -que están espodas- sobre sus rodillas, tiene los ojos cerrados, como si se estuviera concentrando. Volteo a mirar a mi alrededor: tengo dos oficiales en cada lado al igual que mi padre, dos en la parte delantera del vehículo y estoy seguro que por lo menos otros cuatro autos militares nos persiguen de cerca.

Deberían temernos, los italianos no tenemos fama de escurridizos solo porque si.

—Detesto a los italianos que viene a nuestro país solo para ensuciarlo con sus fechorías—Uno de los asquerosos oficiales habla a mi lado con ese tono estadounidense que ya me tiene cansado.

Ni siquiera me tomo la molestia de voltear a verlo. No suelo mirar a mi presa antes de asesinarlo.

Los minutos pasan entre tormentosos silencios y miradas fugaces con mi padre. La última vez que mate a alguien no fue precisamente porque me haya hecho algo. Soy un destructor por naturaleza. Me fascina ver los rostros sin vida de mis enemigos,el olor ferroso de la sangre, el llanto y los gritos desgarradores. La última mirada que me dan antes de morir es la de un animal herido, perdido e inútil.

Llegamos a un edificio, alto, con ventanales enormes, lleno de oficiales entrando y saliendo con carpetas, vasos de café o donas en las manos. Algunos nos miran con diversión aumentando mis ganas de quemar este lugar con ellos dentro.

2 pasos

Calma.

Eso es lo que necesito.

3 pasos

Paciencia.

Mi padre me lo ha enseñado desde pequeño.

5 pasos

Mi Oscuro Pasado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora