Capítulo cuatro

621 58 6
                                    

Por un tiempo, Rin se sintió arrepentida de haber entregado a Sesshomaru su muñeca: ya no tenía nada a lo que aferrarse para dormir y, aunque siempre mantenía las velas encendidas, no podía dejar de tener muchas pesadillas.

A pesar de que dormir se había tornado aún más difícil, se consolaba pensando que Sesshomaru necesitaba la muñeca más que ella: después de todo, Rin no tenía que pelear con ningún demonio o monstruo aterrador y sus pesadillas solían ser siempre las mismas: por alguna razón, aún dentro del palacio creía que los asesinos de sus padres pronto iban a llegar hasta ella, que iban a descubrir dónde se escondía y que iban a terminar lo que tiempo atrás no lograron, además la última noche con su familia no le daba ningún tipo de tregua a la hora de recordar.

Al principio, Rin esperaba por el regreso de Sesshomaru de forma puntual y con la esperanza latiendo en su pecho.

No obstante, con el paso del tiempo Rin comenzó a pensar que nunca volvería a ver a Sesshomaru y menos a su muñeca. Le habían explicado que para los demonios, 100 años no eran demasiado tiempo y se dijo, que quizás el hijo de su señora, volvería demasiado tarde y que ya no debería esperarle. Después de todo, ella ya tenía casi 12 años y de su único encuentro, se iban a cumplir tres... aunque quería a Kaori de vuelta, era mejor asumir que el demonio que la tenía, ya no iba a volver. Además, las veces que consultaba a sus cartas por su regreso, parecía que él no había tomado ninguna decisión clara al respecto.

Rin lo desconocía, pero Sesshomaru aún conservaba la pequeña muñeca en su poder. Había viajado a muchos lugares y derrotado a poderosos enemigos, mas algunas noches, cuando dejaba a Jaken dormir profundamente, el poderoso demonio observaba el juguete en su mano, lo que inevitablemente le llevaba a recordar las sonrisas totalmente honestas que le había dedicado la dueña.

El recuerdo de Rin era, para Sesshomaru, sorprendentemente cálido: no le molestaba, ni generaba en él las emociones de rabia, odio y desagrado a las que estaba tan acostumbrado y no sabía determinar, si aquello era algo bueno o malo.

-¿Todavía tiene eso?- preguntó Jaken mirando la muñeca en poder de su amo, una noche en que no pudo dormir por la niebla espesa y el frío- ¡Pensé que la había tirado hace tiempo! ¿Por qué no se deshace de esa cosa?

-No puedo deshacerme de ella.

-¿Por qué no?- Jaken miró a su amo sin entender lo que una simple muñeca de trapo podía significar para él.

-Porque no es mía.

-Pero, amo Sesshomaru ¡la niña ya se debe haber olvidado de la muñeca! No hay necesidad de seguir guardando esa cosa que ni siquiera es bonita...

Jaken no alcanzó a esquivar la piedra que Sesshomaru le arrojó a su barriga. El diablillo no lo entendía ¿por qué su amo se enfadó si todo lo que dijo era cierto? Sin lugar a dudas, la muñeca estaba embrujada o la niña le había metido algo adentro para hacer más raro a su amo.

-¿Quiere volver al Oeste, amo bonito?

Volver implicaba dos cosas: la primera era saldar su deuda y devolver la muñeca a la niña y la segunda, ver a su madre y soportarla. No le gustaba pensar aquello, pero el Oeste era mucho más agradable cuando su padre estaba vivo.

-Algún día tendré que volver.

-¡¿Quiere volver ahora?!

Secretos del destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora