capítulo dos

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Rin durmió entre lágrimas aquella noche, ya que en su cabeza solo se repetían las últimas palabras de su madre: "¡Cállate, cállate Rin!" "¡Si no te callas, nos van a matar!"... No pudo evitar pensar, siguiendo su lógica infantil, que lo que le había pasado a su madre y al resto de su familia había sido su culpa: no se había callado cuando se lo habían pedido y ahí tenía la terrible consecuencia de su desobediencia... definitivamente, no iba a volver a hablar con nadie por el resto de su vida para no hacerle daño a ninguna otra persona.

-Es una tragedia- murmuró una de las vecinas en el cuarto contiguo en el que descansaba la niña-, están todos muertos...

-Debemos levantar los cuerpos- añadió su hijo, reconociendo a sus compañeros de labores-, podemos enterrarlos antes de que los animales vengan...

La mujer asintió para avanzar al cuarto que usaban los hijos de aquella familia destruida, y, de aquella forma, observar que los asaltantes incluso habían atacado a las niñas. La anciana no pudo evitar negar con la cabeza al contemplar a las niñas que, siendo hermanas muy unidas, estaban abrazadas, seguían juntas incluso después de la muerte... o eso pensó antes de ver los ojos oscuros de la más pequeña parpadear y mirarla con curiosidad.

-¡Estás viva!- exclamó la anciana haciendo un gesto a la pequeña para que se levantara- Ven... ven conmigo, no puedes quedarte aquí, pequeña...

La niña tomó el mazo de cartas y el cuaderno en la mano en la que no sostenía la muñeca de Kaori. No quería abandonar a su familia, ni menos a su hermanita: ella guardaba la esperanza de que pronto Kaori abriría los ojos y cuidaría de ella como siempre lo había hecho. Tenía miedo y, aunque la anciana parecía amable, no se atrevía a entregarle su confianza a alguien que le pedía que dejara en aquel lugar a toda su familia.

-¿Qué tienes en las manos?

La anciana comenzó a hojear el gran libro, sin comprender demasiado a lo que se refería, hasta que llegó a unas páginas en las que probablemente Hana o alguna de sus antepasadas, había dibujado a mano el retrato de los tres miembros de lo que parecía ser una poderosa familia de demonios. No pudo evitar observar a aquella niña de apariencia tan inocente sintiendo el temor en la boca de su estómago.

-¡Tú... tienes que irte de esta aldea!- exclamó la anciana antes de entregarle el libro y empujar a la niña al suelo, como si le repugnara su presencia- ¡Traerás demonios a esta aldea, niña! ¡Eres una maldición! ¡Vete de aquí! ¡Frecuenta la aldea lo menos que puedas y no le muestres a nadie ese libro!... ¡Lo entiendes, ¿verdad?!

Rin asintió tomando el cuaderno para comenzar a correr con sus cosas en dirección al bosque. Sabía que era peligroso, ya que su mamá nunca le permitió adentrarse en aquel lugar para jugar, pero no sabía a dónde ir y tenía miedo de que los aldeanos quisieran hacerle algo, por lo que sea que estuviese escrito en el libro de su mamá.

Caminó sin un rumbo fijo, pero sin perder de vista la aldea: sabía que si se adentraba en el bosque, sería presa de algún animal o demonio más grande que ella y, se negaba rotundamente, a terminar sus días en la panza de alguien.

Siguiendo el curso del río, pronto llegó a una pequeña cabaña que parecía abandonada. No tenía muchas opciones, por lo que después de lavar un poco su cara y sus manos, decidió que aquel era un refugio seguro: podía dormir en la cabaña y beber agua del río, además, si tenía suerte, podía aprender a recolectar frutas y hojas para comer.

Secretos del destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora