Capítulo catorce

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La criatura que Irasue había enviado a seguir a su hijo, era Kicho, una de sus damas de la corte, proveniente de una antigua tribu de demonios del sur. De cabello negro, rostro pálido, ojos pequeños de color violeta y uniforme lila, la cortesana guardaba la increíble habilidad de tomar las formas de animales e insectos para poder camuflarse. Su especie, solía usar aquel poder para relacionarse de forma pacífica con humanos y confirmar que eran criaturas inferiores, además de vencer a sus enemigos en las batallas, mediante una desapercibida vigilancia y utilizando el poder de crear ilusiones que lograba inducir a la locura a las criaturas más incautas.

Gracias a aquel talento, se había convertido en la principal informante de Irasue y quien podía llevar a cabo su trabajo con la mayor discreción y efectividad posible. Ella conocía a Sesshomaru: le había visto nacer, crecer y convertirse en uno de los demonios más poderosos que había visto jamás; estaba segura de que pronto superaría a su padre y que llegaría a formar su imperio.

Kicho también conocía a Rin, la joven chica humana que leía el futuro y reconocía que era un talento interesante. A veces solía vigilarla, disfrazada de pájaro o mariposa, porque sentía cierta curiosidad hacia ella, pero no le deseaba mal como Katana ni quería utilizarla como Irasue. La cortesana la veía como alguien extraño, pero su felicidad y su destino, le eran totalmente indiferentes.

Por eso, cuando sobrevoló el valle convertida en un pequeño pájaro de plumaje blanco, similar al algodón, no prestó mucha atención al paseo que Sesshomaru y Rin daban sobre un tronco que hacía las veces de puente sobre un bello lago.

Se situó sobre una rama de un árbol con flores que aún se resistían al inicio del otoño. Les observó sin mucho interés, hasta que el beso que inició Sesshomaru le sorprendió: ella no sabía que él pudiera dejarse llevar de aquella forma por las emociones ni que estuviese siguiendo, peligrosamente, los pasos de su padre al dejarse seducir por la joven Rin.

Sin embargo, Kicho decidió que iba a esperar: la escena se había vuelto interesante y necesitaba acumular la mayor cantidad de información posible antes de ir de regreso al Palacio del Oeste a informar a su señora.

La trama se volvió aún mejor, a su juicio, cuando el poderoso demonio, dejó a la chica humana llorando en compañía de aquel extraño diablito que él tenía por sirviente.

Kicho siguió a Sesshomaru, volando cerca de él, pero con la suficiente distancia para que no pudiera reconocerla. Quería ver si el demonio era capaz de llorar o mostrar alguna muestra de arrepentimiento ante la conversación que había sostenido con la chica. Sin embargo, solo le vio cerrar sus ojos en un rostro inexpresivo y no pudo determinar si sentía culpa o no, por las lágrimas que Rin derramaba.

-Kicho...- pronunció Sesshomaru capturando, rápidamente, entre sus manos al pájaro que había percibido cerca hace unos instantes. La soltó sobre la tierra para darle la oportunidad de hablar- ¿qué haces aquí?

El pájaro dio paso a la forma habitual de la cortesana, quien le dedicó una reverencia al demonio antes de atreverse a sostener una conversación.

-Recopilo información, señor Sesshomaru...pero eso, usted ya lo sabe...

-Mi madre te envió a vigilarme... ¿desde hace cuánto tiempo estás siguiéndome?

-Desde hace unos 12 días, mas perdí su rastro hace un tiempo y acabo de recuperarlo el día de hoy.

Percibir a Kicho era difícil, ya que siempre estaba cambiando de forma y con ello su rastro, sin embargo, logró reconocerla, debido a que recordaba, que cuando era un cachorro muy pequeño, ella solía adoptar forma de ave o mariposa para jugar con él y sabía que ningún pájaro real le prestaría tanta atención o tendría los ojos de su particular color.

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