Capítulo 4: Escuchando a Alex Parte II

65 29 34
                                    

Al lado de mi grupo se encontraban el 206 y 208. Después de unos meses, cuando me encontraba divagando, subiendo y bajando escaleras en busca de los baños, fue entonces que supe que existía un grupo 209 que se encontraba bajando aún más otras escaleras detrás de mi salón y atravesando las jardineras que nos separaban por varios metros de distancia.

Era un aula bastante grande, podría decir, que incluso era más grande que el resto de las aulas, tenía varias bancas hechas con troncos en su jardín, así como una máquina dispensadora de dulces a su lado. Era el grupo 209, cualquiera pensaría que era el grupo favorito de la escuela, quizás el único defecto de éste, era que estaba alejado del resto de los salones.  

Me era muy difícil poder distinguir cuáles alumnos pertenecían a cada grupo y aún me costaba ubicarme en este enorme instituto, así que pasé el resto del año sin darle demasiada importancia al oculto y misterioso grupo 209, pues por si fuera poco, no había conocido a nadie que refiriera pertenecer a esa aula.

De las primeras personas que conocí al entrar a mi nueva aula de clases fue Ainhoa, una niña adorable para cualquiera que la tuviera cerca, para mí, un ángel caída del cielo que vendría a acompañarme en esta nueva travesía. Tenía cabello rizado y muy rojizo, me recordaba mucho a Effie de los juegos del hambre, ya que ambas poseían esa personalidad tan lúcida y exhorbitante.

Era de tez clara y llena de adorables pecas en su nariz, tenía una voz ronca única que la hacía más simpática cuando reía, al menos para mí lo era. Esta primer amiga me llenó de paz cuando conocí su lado humilde y sobre todo sincero, me dejó sentir una estabilidad profunda cuando nos volvimos cercanas.

Pues desde el comienzo me acogió con una sonrisa, me ayudó a conocer las instalaciones del Chastain, a acoplarme rápidamente a mis clases y a ponerme al corriente con los apuntes.

Me hizo sentir que todo estaría bien.

Cuando teníamos trabajos en clases solía elegirme siempre ella como compañera, desayunábamos juntas, ya fuese en el aula o en la cafetería, al salir de la escuela la acompañaba a su casa y después tomaba mi taxi para viajar hasta la mía. Pero ya no me sentía tan sola.

El único momento que no pasábamos juntas en el instituto era cuando me iba a la biblioteca, ya que Ainhoa odiaba estar ahí, decía que era algo aburrido encerrarse con los libros y la señorita de la biblioteca. Para mí y quizás para cualquier lector estar a solas con cientos de páginas de distinta textura era una bendición.

.  .  .

Cuando pasé al siguiente año, ya había conocido mucho más a mis compañeros. Sabía sus nombres e incluso sus apodos y  había logrado hacer nuevos amigos también. Sentía que empezaba a encajar en este instituto.

Logré hacer a mi primer amigo, Mike, un chico adorable y muy propio al hablar, era más alto que yo, con el cabello bastante corto, los ojos café y demasiado angelicales, su tez era ligeramente oscura, era guapo, al menos dentro de mí pensaba eso, quizás porque era el primer amigo varón que había hecho. Siempre fue tímido, pero era demasiado divertido y alegre cuando lo conocías bien.

Me hacían sentir la persona más afortunada, ya que el carácter que poseía cada uno era muy similar al mío, era fácil estar con ellos, no tenía que esforzarme por agradarles, era simplemente increíble la idea de poder hacer planes con ellos y así no pasar tanto tiempo sola en casa.

Al salir del instituto solíamos comer postres en la pastelería que estaba frente al parque, otras veces, veíamos películas en la casa de alguno y pedíamos comida a domicilio para tumbarnos por horas en el sofá, o simplemente sentarnos en la cafetería del instituto para platicar de nosotros mismos o de quien nos gustase.

Mi vida en ese entonces solía sentirse complicada, ya que mis padres no pasaban mucho tiempo en casa debido a su trabajo y mi único hermano estaba en Yucatán estudiando la universidad para convertirse en piloto aviador, por lo que solo venía a visitarnos en vacaciones de verano e invierno, así que después del instituto al llegar a casa estaba completamente sola hasta que caía la noche. 

Un día de escuela consistía en viajar al instituto a las 6:20 de la mañana, la mayor parte de las veces para transportarme tomaba un taxi, ya que vivía a 20 minutos del instituto y en otras pocas ocasiones, mi padre me llevaba a la escuela en la camioneta, cuando terminaban las clases tomaba otro taxi de vuelta a casa.

Estando en casa utilizaba el tiempo para cocinar, terminar mis deberes o quedarme en el sofá viendo alguna película de la plataforma de Netflix.

Todo lo que hacía desde que entraba a casa, lo hacía acompañada de mi perrito Scott, éste había sido un regalo cuando cumplí los 15 años de edad, y desde entonces me había acostumbrado a su presencia y él a mi cariño incondicional.

Hacía que la soledad se desvaneciera cuando me quedaba por horas esperando el regreso de mis padres, ya que ambos trabajaban hasta altas horas de la noche en sus oficinas que se encontraban a las orillas de la población.

Pero todo lo malo se esfumaba una vez que, estando en la escuela llegaba la hora libre, mi hora favorita del día se había vuelto el poder pasar tiempo en la biblioteca, me refugiaba en mis libros sin importar que lloviese o la tierra temblase.

Entraba a la biblioteca a la 1 pm que era mi hora libre, estaba ahí por una hora, leyendo El gran Gatsby sentada en el sofá azul que estaba pegado al enorme ventanal, el cual tenía vista a toda la vegetación que albergaba el Chastain. Mientras leía me sentaba, recostaba y cruzaba de piernas sobre el sofá, conforme pasaban los minutos.

Me encantaba estar ahí, postrada en mi amado sofá azul, y rodeada de grandes masetas con húmedas hojas verdes en aquella habitación, que hacían que leer incluso fuese una experiencia olfativa.

Cuando salía de ahí caminaba hasta llegar a la fuente de la plazuela, me agradaba sentarme por unos minutos sintiendo la fresca brisa caer en mi rostro y disfrutar de la sensación fría que sentían mis manos al sumergirlas en su agua cristalina.

Pero otra razón para sentarme ahí, era porque tenía vista hacia la oficina de Clark.

No sabía exactamente qué sentía por aquel hombre dulce que me había recibido con tanta dulzura a mi llegada, pero estaba segura que había despertado un mar de emociones que revoloteaban en mi interior que se convertía en un tornado refugiado en mi estómago.

Me era difícil verlo y no imaginar estrechando sus labios con los míos, me volvía loca la sonrisa tan adorable y al mismo tiempo sensual que él tenía. 

Nadie nunca supo todas las veces que imaginé que él me tuviera en sus brazos. Porque, vamos, eso no es algo común, no sería aceptado por nadie que una alumna estuviese enamorada de su profesor.

Nunca antes me hubiese pasado por la mente sentir lo que sentía por alguien mucho mayor que yo. Era algo que no podía explicar y mucho menos controlar, así que preferí guardar todos estos sentimientos para mí.

Hasta el día de hoy no comprendo qué era eso que me atraía de él, probablemente su caballerosidad cuando estaba cerca mío, su dulce voz cuando pasaba por mi aula, su aroma tan único que resultaba de una mezcla de chocolate dulce que impregnaba mi nariz con su caminar, o la forma en que sus ojos se iluminaban cuando nos encontrábamos por accidente en algún pasillo.

Pero no podía ver a nadie más de la misma forma que mi ser lo observaba a él.

.  .  .


BYLUR (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora