Capítulo 2

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Encuentro todo lo que necesito y un poco más. No podía dejar atrás un dos por uno en cereales de colores y en palitos de queso. Coloco el contenido de mi cesta en la cinta y espero a que la cajera me comunique el precio total.

— 55, 70$ por favor.

— Claro —Le extiendo mi tarjeta de crédito y mi DNI y espero a que ella rellene las bolsas con mi compra.

Cuando termina las cojo entre mis manos y salgo de allí. La noche se ha posado en la ciudad y hoy la luna tiene forma de banana plateada. Continuo mi camino cavilando sobre mi viaje a Nueva York.

Este último mes cerca de la que se hace llamar mi madre ha sido insoportable y doy gracias de estar de nuevo aquí. Toda esa gente plástica de su maldita agencia me provocaba arcadas y no me privaba de hacérselo saber. Kathleen no aprobaba mi actitud terca e intratable y ese, claramente, no era mi problema. Nunca me ha importado lo que piense nadie sobre mí y no voy a empezar ahora.

Lamentablemente ella descubrió que mis problemas con las pesadillas proseguían e intentó convencerme para acudir a algún psicólogo especializado en el sueño a lo que me negué rotundamente. Nunca compartiré a Dyl, nunca y menos con Kathleen o con un psicólogo al cual solo le interesa el relleno de mi monedero.

Andrew’s POV:

Beso la rosada mejilla de Sophie y me disculpo por enésima vez ya que no puedo quedarme a la fiesta de cumpleaños sorpresa que ella ha estado organizando para una amiga suya.

Cierro la puerta y bajo las escaleras rápidamente, ya que tan solo quedan cuarenta minutos para las ocho y media y si llego tarde el dueño del pub cortara mi cabeza. Es una suerte que con mi poca experiencia haya conseguido una contratación en un club medianamente popular aquí y no puedo permitirme el lujo de arruinarlo. Tal vez la profesión de barman no tenga mucho que ver con la ingeniería pero sé que será un buen plus que añadir a mi currículum.

Es una suerte que Soph no se lo haya tomado a pecho, ella es tan comprensiva y empática que a veces parece irreal. No podría desear una novia mejor que ella.

El ruido sordo de unas bolsas al caer me despierta de mis cavilaciones y poso mi mirada en una mujer de unos veinte y pocos años. Su pelo castaño oscuro cae por sus hombros hasta morir en el principio de sus caderas, las pupilas de sus lindos ojos verdes están ligeramente dilatadas, su rostro está decorado con sutiles pecas y algún que otro pequeño lunar. Su blanca piel se bate en duelo con el negro de su ropa. Ella luce como un tierno ángel hasta que abre su boca.

— ¡Joder! Podrías ir con más cuidado ¿No crees? ¿Qué estas mirando? ¿Crees que las bolsas van a recogerse solas o qué?

Definitivamente ella no es un ángel o tal vez se trate de uno enfurruñado.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora