8 - [unknown soldier]

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Sintió su sangre hervir, al mismo tiempo que la sangre de aquel humano indefenso se escurría por su garganta, alimentándolo, dándole fuerzas para seguir.
No había remordimiento alguno, no podía tenerlo, era más grande que su propio ego. Era por la causa.

La luz de la luna era débil, todo humano cerca de él no era capaz de verlo, de sentirlo, él sin embargo podía percibir a cada uno de ellos; corazones agitados en medio de la noche tratando de descansar.
El diablo no descansa se repitió a si mismo mientras arrojaba el cuerpo ya inerte de aquel soldado alemán hacia un costado para poder proseguir con el otro. Él lo sabía, no todos eran iguales, no todos eran nazis de alma, pero estaban peleando por una causa que no debió existir jamás y de alguna forma eso era suficiente para utilizarlos como fuente de energía.
Hacia tiempo había dejado las tropas normales atrás, se dedicaba a rastrear a los especialistas, a los que atacaban por la espalda a las pequeñas tropas británicas, francesas, norteamericanas y de todo aquel país que peleara por liberar a Europa y los judíos de aquel martirio nazista. Lo ideal sería matar al malnacido de Hitler, si tan solo pudiera ubicarlo, si tan solo pudiera rastrearlo, una sola pieza de tela bastaría, pero las posibilidades eran una en miles de miles para poder alcanzarle, por el momento se conformaba matando a sus seguidores, a los militares más fieles y sanguinarios que podía encontrar, no a los que eran obligados a pelear, sino aquellos a quienes les gustaba; mataba a los nazis que sentían placer por rastrear y torturar a judíos, a los que se metían a las casas de cristianos que escondían a sus amigos y los llevaban a los campos de concentración. Campos que parecían estar escondidos del mundo ¿Cómo era posible que se hubiera encontrando con tan solo uno en todo este tiempo? Liberar a aquellas personas del sufrimiento y de la muerte es tal vez lo único que lo obligaba a continuar a estas alturas, estaba lleno, saciado, cansado de tanto beber, pero estaba consciente de que había destinos peores que la muerte misma, ésta guerra y la primera se lo habían demostrado.
Décimo soldado que tomaba entre sus manos, manos que ya comenzaba a percibir como garras monstruosas, garras que no podía retraer ahora porque ya era demasiado tarde cómo para detener el frenesí y demasiado tarde cómo para detenerse a pensar y considerar su moral. Es necesario, repitió en su mente mientras le desgarraba el cuello con sus colmillos afilados antes de succionar un buen poco del líquido tibio y rojizo que emanaba de aquella yugular.

Observó el cielo brevemente, el reloj en su muñeca aunque ya no le hiciera falta mirarlo para saber y soltó el último cuerpo de aquella pequeña tropa para perderse en la espesura del bosque brevemente antes de que el amanecer se hiciera presente. Corrió con toda la fuerza que su cuerpo podía tener, con los ojos aún negros y completamente dilatados ante el sabor del plasma y los glóbulos que acababa de meter por la fuerza a su sistema. Atravesó kilómetros hasta llegar hacía la cueva a la que necesitaba llegar, la que había visto de camino hacia ese campamento que acaba de masacras, tenía que llegar a esas rocas antes de que el sol apareciera por el horizonte y su piel causara un incendio forestal.
Estaba eufórico por el alimento que había ingerido pero no podía evitar sentirse fatigado luego de haber recorrido tantos kilómetros en una misma noche, tanta sangre en unos pocos minutos; se frenó brevemente con náuseas amenazando a su cuerpo, con la vista levemente nublada y sus sentidos algo borrosos, quizá no debió tomar más de la cuenda, quizá debió parar cuando se sintió lo suficientemente lleno, pero algo dentro de sí no le permitía matar a un ser humano si no era para alimentarse... aunque viéndolo desde otro punto, alimentarse hasta vomitar tampoco sería ideal. Quizá no debió frenarse casi al amanecer en medio del bosque, cuando la luz ya era suficiente como permitirle a un humano ver más allá de su propia nariz, sobre todo no debió descuidarse y olvidar que llevaba puesto el uniforme alemán para mezclarse entre el enemigo.

El sonido le hizo vibrar los tímpanos, en momentos cómo ese era una gran desventaja tener la agudeza auditiva mayor a la de un búho, el dolor fue ínfimo pero suficiente como para hacerle trastabillar a pesar de estar apoyado contra un árbol, suficiente como para obligarlo a que se echara a correr nuevamente y desaparecer entre la espesura del bosque.

INSIDER - l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora