(Continuación del día 1)
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Aioria estaba enojado, tanto que no podía quitar esa cara mientras se llevaba una cucharada de helado napolitano a la boca mientras que su hermano comía tranquilamente su helado ajeno al estado del ánimo del león, ambos estaban sentados frente a frente compartiendo la mesita del comedor:
-Malvado, eres malo-
-¿Qué?- dijo dejando de comer volteando a ver a su hermano.
-Me mentiste- dijo enterrando la cuchara en el helado.
-¿De qué me hablas hermano?- pregunto inocente.
-No te hagas...-
-A ver... que...-
-No me refería esto- dijo enojado.
-Ahh, ya entendí... que mente tan cochambrosa tienes...- rió pero el león se retiró.
Suspiro y guardo el bote de helado de su hermano y el suyo en la nevera para que no se derritiera, después fue en lo que se supone en la habitación que compartía con su hermano, ya que este se había mudado a su templo cuando Ikki se convirtió en el santo de Leo.
El enojo de su hermanito no se comparaba con el de una mujer, ya que estas cuando se enojan se convierten en los mismísimos demonios, aunque con Aioria pasa lo contrario, para el cuándo se enoja, le parece tierno hasta parecerse a un pequeño leoncito que hace un berrinchito, el arquero sabía lo que quería y se lo dará arriesgándose de un posible golpe en los bajos en donde se despediría de su futura descendencia (si es que tendrán).
Abrió la puerta de manera silenciosa, encontrando a su hermano acostado en la cama a modo de darle la espalda mientras abrazaba un peluche de león, que era un regalo cuando Aioria cumplió los 6 años de vida de parte de su padre, que en paz descanse.
El arquero sabía que no estaba dormido, se quitó los zapatos y de manera lenta se acercó a la cama acostándose a su lado:
-Déjame solo...- dijo Aioria sin mirar a su hermano.
-Nop- dijo a secas.
Comenzó a darle caricias en sus brazos, piernas, costados, etc sin detenerse. El león quería que parara, pero por una parte sentía placer, su hermano había utilizado un poco de cosmos cálido para hacer despertar las fibras más sensibles de su cuerpo, era tanto que cerró los ojos dejándose llevar, en cuanto los abrió, se dio cuenta de que se encontraba totalmente desnudo:
-¿Pero qué...? Ahhh!!!- exclamó asustado al ver al mayor desnudo.
-Te daré tu postre... ¿quieres mi leche?- pregunto con deseo.
-Aioros... yo... ¡SIIIII! ¡SI QUIERO!- grito emocionado.
-Pues, toma mi postre-
Aioria no dijo nada más y se dispuso a tomar el miembro del mayor para comenzar la chuparlo:
-Sí, dale, sigue así- dijo acariciando sus cabellos castaños claros.
El león seguía lamiendo su pene con deseo y dedicación, tanto que hizo correr al mayor en su boca bebiendo su esencia blanca, habiendo dejado a Aioros con las ganas, lo tomo de las caderas para colocarlo en cuatro, después tomo su miembro endurecido para entrar en el hasta esperar a que su hermano se acostumbrara al dolor, este se movió a lo que el mayor comenzó a embestirlo de manera salvaje y desenfrenada.
Aioria solo gemía de placer y se sostenía como podía con ambos brazos ya que le temblaban, duraron un buen rato de placer hasta correrse, se desplomaron cansados de la cama con una capa de sudor que cubría sus cuerpos:
-¿Aun quieres comerte tu helado?- pregunto el centauro.
-No, no tengo hambre-
-Ya veo porque tomaste de mi leche, me voy a dormir- dijo acomodándose.
El león no dijo nada y cerró los ojos, estaba muy cansado. Lo que ninguno de esos dos sabían es que cierto peluche que estaba tirado en el suelo vio todo donde se le cayó una gota de sudor en la sien a la vez que se volvía rojo la vergüenza.
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