CAPITULO 7

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Mi amiga no puede creer que Gabriel cayó en las mentiras de Miranda.

—¡¿En serio?!

—Sí, Cesia, y lo peor es que el muy idiota cayó redondito en su farsa de la mártir. El muy imbécil se la llevó con él para "calmar su tristeza" porque ante sus ojos fui cruel con mi hermana. Ahora soy la bruja del cuento para él. Ja, si supiera la clase de víbora que es ella.

—Vaya que Miranda se las ingenia perfectamente cuando se trata de hombres. —Cruza sus piernas y observa el techo—. Dices la verdad. Tú y yo sabemos cómo es tu hermana, por qué te bajó a...

—No me lo recuerdes. —No quiero recordar mi pasado amargo—. El solo pensarlo me da náuseas. Además, no tiene por qué saberlo.

—Bueno, pero si tu papá te comprometió con él, tiene el derecho, ¿no?

—Claro que no. —Me cruzo de brazos—. Recuerda lo que pasó antes. No estoy dispuesta a pasar por lo mismo —sentencio—. Dejemos el tema a un lado. Últimamente he tenido fuertes migrañas por tantas tensiones.

—Si así lo deseas... —acepta no muy convencida—. Por cierto, Mía, tengo algo que decirte.

—¿El qué? —inquiero al ver su rostro preocupado.

—Es que... no sé cómo lo vayas a tomar.

—Habla ya, Cesia.

—Es sobre A...

Guarda silencio y mira hacia la puerta de mi apartamento. También miro en esa dirección. Ambas nos preocupamos, pues nadie más tiene la llave, solo existen dos, yo tengo la original y la copia que tengo escondida. Ambas tragamos grueso al ver que forcejean por abrir la puerta. Cuando vemos quién es, suspiramos de alivio por un momento. Fue más el susto que nos llegó. Me levanto, molesta, de mi lugar. Sigo enfadada con Gabriel, pero parece que a él se le olvidó lo que hizo.

—¿Qué haces aquí? —siseo con amargura.

—Necesitamos hablar. —Cierra la puerta—. Ahora.

—No tenemos nada de que hablar, así que lárgate.

—No me voy a ir. —Pasa a mi lado y llega a la sala—. Tenemos mucho de que hablar y más ahora que estamos comprometidos.

—Bueno, creo que yo... estoy de más aquí. —Cesia se levanta del mueble—. Hablamos luego, amiga.

—No, espera, Cesia...

Echa a correr, no sin antes despedirse de mí. Le ruego con los ojos que no se vaya, pero siempre se marcha y me deja a solas con Gabriel, quien se ve molesto cuando la que debería estar molesta soy yo. Cuando mi amiga cierra la puerta, camino hacia el sofá a grandes pasos. Me importa muy poco su presencia. No deseo verlo, así que, para ignorarlo, me coloco mis auriculares y me dispongo a jugar. Espero que él se vaya al sentirse ignorado.

—Mía, por favor, sé más seria —reprende mi actitud infantil y me quita los audífonos—. ¡Mía!

—Mira, Gabriel, ¿por qué mejor no vas a mimar a mi hermana? Ya que veo que te fascina hacerlo.

—¿Acaso estás celosa? —gorjea—. No me digas que sientes algo por mí.

—Ay, Gabriel. —Entrecierro mis ojos y suspiro—. Ni en tus mejores sueños sentiré algo por ti. Además, recuerda que solo eres mi esclavo. Pero ¿sabes qué? No te preocupes, que muy pronto eso acabará. Ah, y por el compromiso arreglado, te advierto desde ahora que no tengo ningún interés en casarme con nadie.

—La verdad es que no te comprendo, Mía —habla en un tono desesperado—. ¿Por qué es tan difícil entenderte?

—No necesito que me comprendas, Gabriel. —Sonrío—. Ahora, si no tienes nada más que decirme, puedes regresar a "consolar" a mi hermana.

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