CAPITULO 9

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Miranda grita, furiosa —hace ecos en mi oficina—, y luego se marcha azotando mi puerta.

Me carcajeo.

Por fin la tengo en mis manos.

—Y esto solo será el comienzo, Miranda. ¿Querías guerra? Pues guerra tendrás.

Mi madre me llamó para informarme que hoy habrá una cena con la familia de Gabriel, así que tengo que salir antes de la oficina para prepararme.

—señorita Mía, aquí están los estados de cuentas de los bancos que enviaron por correo.

—Gracias, Griselda. —Los tomo para dirigirme hacia al ascensor—. Por cierto, hoy puedes irte a las cuatro.

—Gracias, señorita. Pase una feliz tarde —se despide, feliz.

—Feliz tarde Griselda.

Ya en mi departamento, me preparo lo más pronto que puedo. La cena será a las seis; debo manejar dos horas hasta la casa de mis padres. Me termino de poner mi labial rojo vino, agarro un bolso para que combine con mi look y salgo de mi departamento. Para mi sorpresa, cuando abro la puerta, me encuentro con Gabriel; está parado en el umbral con intención de tocar el timbre.

—¿Qué haces aquí? —Enarco una ceja y me cruzo de brazos.

—Vengo por mi prometida. —Sujeta mi cintura y me pega a él.

—Pero ¿qué haces?

—Estás hermosa, Mía —susurra en mi oído mientras inhala mi perfume.

Mi corazón empieza a latir más rápido de lo normal. Eso me preocupa, pues no debo mezclar los sentimientos.

—Vamos.

Se separa y me ofrece su brazo. Cierro la puerta y lo tomo sin decir nada. No sé qué demonios hago al dejar que me corteje.

—¿Por qué no me escribiste el fin de semana? —Miro por la ventana del auto.

—Estuve revisando los estados de cuenta de las tarjetas de crédito, entre otras cosas. ¿Por qué?

—Por nada —respondo, desinteresada

Una sonrisa ladeada se forma en sus labios y acelera más su auto deportivo.

Maldigo por dentro al notar que empieza a gustarme esa sonrisa.

—Pensé que no vendrían.

—Sabes que es muy largo el camino, mamá —se excusa.

—Hola, señora Hoffman. Disculpe si no me presenté la vez pasada.

—No, cariño, tu padre me advirtió que eso pasaría, pero yo le insistí tanto antes de que alguien... Bueno, ya no tiene caso hablar del pasado.

—Mamá, no me la corras, por favor —expone y besa mi frente.

—Ay , hijo, es que es una excelente elección que Mía sea tu esposa.

—¿Ya están todos? —Cambia el tema y evade lo que su madre dice.

—Sí, claro, solo faltaban ustedes. Vamos.

La señora nos guía hasta al otro lado de la casa y sale al salón de invitados, el cual está detrás de la casa de mis padres. Eso me alarma. Detengo mis pasos.

—¿Por qué te detienes? —inquiere Gabriel y se gira para verme.

Mis nervios están a mil, como si me advirtieran que no solo nuestras familias están presentes.

Sujeta mi mano y me guía de nuevo hasta el salón. Cuando abre la puerta, no salgo de mi impresión al vislumbrar a casi todas las familias más adineradas del mundo reunidas en un solo lugar. Entre ellas está la familia de Cesia.

—Señorita Mía, ¿es cierto que por fin decidió aceptar casarse? —cuestiona un periodista.

No contesto.

—Señorita Mía, díganos cómo se siente al ser la prometida de uno los hombres más codiciados —interroga una periodista.

—Sin comentarios. —Me aferro al brazo de Gabriel.

Estoy perpleja.

Hay familias con más influencia en varios países. Aquí hay hasta periodistas tomando fotos de todo y también reporteros.

—Dime, ¿quién planeó esto? —murmuro entre dientes.

—Yo solo organicé una cena. Mi madre a última hora me dijo de esto —musita en mi oído.

Observo a su madre. Muy sonriente, me saluda. Entretanto, se deja fotografiar por los periodistas junto a sus hijos, quienes, al dejar de ser fotografiados, se acercan sin dudar a nosotros.

—señorita Mía, ¿me permite una foto junto a su prometido? —pide un periodista.

Gabriel, muy feliz, acepta por mí, toma mi mano derecha y me abraza por detrás. No tengo más opción que sonreír y tratar de ocultar mi enojo.

—Así que usted es la famosa Mía —habla un hombre muy parecido a Gabriel, solo que más joven y con cabello castaño.

—¿Famosa? —pregunto, confundida.

—Sí. Mi mamá no hace más que hablar sobre usted y sobre su boda con mi hermano. Soy Alex y ella es Maricela, mi novia.

Agarra la mano de una chica pelinegra y besa su mejilla con amor. Al verlos así, por mi mente pasa la imagen de... No, no debo recordar cosas del pasado.

—Soy Mía. —Extiendo mi mano para saludarla.

—Soy Maricela. —Sujeta mi mano.

Parece un poco tímida. El hermano de Gabriel logra tranquilizarla con solo mirarla.

—Hola, soy Estefanía, la hermana menor de Gabriel.

—Mía —me presento y beso su mejilla.

—¿Cómo estás? —Edmon me abraza.

—Asimilando la sorpresa.

Suelto un suspiro.

—¡Mía..

—Lo sé, debo controlar mi enojo.

—No te enojes, que te verás fea. —Besa mi frente—. ¿Qué tal una foto todos juntos?

—Edmon, no...

Llama a un periodista para que nos tome una foto.

Edmon es muy distinto a Miranda, y me alegra que no sea como ella.

El fotógrafo me toma fotos junto a mi hermano, luego junto a los hermanos de Gabriel, una junto a la novia de Alex y la última con todos juntos

—¿No me invitan? —suelta Miranda frente a nosotros.

Es tan descarada que no deja de observar a Gabriel en cada oportunidad. Parece que se lo come con solo verlo. Intenta tomar mi lugar al lado de Gabriel, pero el periodista le dice que los novios deben estar juntos, de modo que trata de tomar el lugar de Estefanía. Sin embargo, él vuelve a negarse. Ella la mueve a la fuerza tomando su brazo. Estefanía se hace a un lado, molesta. Mientras tanto, mi hermano solo niega con su cabeza.

Pasa el tiempo y la gente se acerca a nosotros. Nos hacen preguntas muy comunes, hasta que una de esas voces se me hace conocida.

—Es un placer verte de nuevo, Mía.

Mi cuerpo se estremece al escuchar esa voz que hace mucho tiempo no oía.

Es él...

Es Antonio.

Sublimes Placeres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora