CAPITULO 22

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Tenía que averiguar a toda costa si en verdad Antonio hizo lo que dijo. Es la única forma de saber si el hijo que espera Mía es de él o mío. Está también la opción de hacer la prueba durante el embarazo, pero debo esperar hasta los siete u ocho meses y Mía apenas tiene dos meses

A veces Mía está muy distante conmigo. Eso empezó a pasar hace dos semanas cuando salió del hospital. No me gusta su actitud, pero todo es culpa del bastardo de Antonio. Si él no le hubiera dicho nada, ella estaría trabajando como lo hacía antes. Lo peor es que estar encerrada tanto tiempo en el departamento le afecta, ya que ni siquiera quiere jugar sus videojuegos.

Hablé con mi hermana. Ella aparta tiempo y la visita. Entretanto, yo trabajo. La acompaña mientras no estoy, aunque no ayuda mucho, de modo que le propongo a Estefanía que le hable a Mía sobre sacar una marca de fragancia con ayuda de Marcelo. Quizás así se ayudará a sí misma

—Gabriel, llegaste —articula mi hermana y me mira desde la cocina.

—¿Qué haces cocinando?

—Bueno, Mía tiene antojos, así que preparo algo que me enseñaron en uno de mis viajes.

—Solo, por favor, no quemes nuestra cocina.

Mi hermana jamás cocinó en su vida. Temo dejarla sola en la cocina, pero quiero ver cómo sigue Mía. Voy a la habitación; ahí está ella. Esta vez no está triste, sino entusiasmada. Habla por el celular, feliz.

—Está bien. Entonces nos veremos pronto.

Cuelga.

—¿A qué se debe tanta alegría? —La saludo con un beso.

—Tu hermana me comunicó con Marcelo y dijo que quería que yo formara parte de dos nuevas fragancias que lanzará en verano.

Está tan emocionada que salta para lanzarse en mis brazos como una niña. Si eso la alegró, quiero ver su reacción cuando se entere de que su proyecto de construcción de dos hospitales y del edificio de apartamentos ya está en proceso.

—Quiero darte otra noticia.

—¿Cuál?

—Míralo por ti mismo.

Saco mi celular y le muestro las fotos que tomé de las construcciones de los hospitales y los departamentos.

—Esto es...

Grita de la emoción, se acerca y llena de besos todo mi rostro.

—Dios mío, ¿por qué gritan tanto?

—Mira, ya empezaron con las construcciones.

Le da mi celular a Estefanía y le muestra sus proyectos ya en construcción.

—Oye, tranquila, Mía, recuerda que te hace daño tener emociones fuertes.

—Ya no exageres tanto, Gabriel, pero debo admitir que me has alegrado mucho la noche. Gracias.

—Solo quería avisarles que la cena está servida —comunica Estefanía y se aleja de la puerta.

Ay, Dios, no quiero ni imaginar el desastre que causó en la cocina o, peor aún, lo que ella cocinó. Le ayudo a Mía a sentarse para luego sentarme a su lado. Estefanía sirve la comida, que es algo amarillosa.

—Oye, no me mires así —masculla por cómo la observo—. Si no quieres comer lo que preparé, allá tú. —Empieza a comer.

Lo extraño es que sigue comiendo con mucho entusiasmo.

—¿Qué es lo que preparaste? —Mía sujeta su tenedor.

—Es arroz con pollo y vegetales acompañado de pan integral.

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