EPILOGO

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Llegó el momento de dar a luz.

Gracias a los problemas que he tenido, mi embarazo es muy riesgoso. Deben hacerme cesárea porque no siento dolores ni contracciones. Me aterra la idea de que algo salga mal en el proceso.

—Todo estará bien.

Gabriel logra calmar un poco mis nervios.

—Tengo miedo —susurro, aterrada de lo que pasará después.

—Verás que cuando despiertes ya todo habrá pasado.

Todos tendrán que esperar afuera. Sé que están nerviosos y que esperan que todo salga bien.

Quiero que Gabriel se quede conmigo, pero al ser cesárea él debe estar afuera.

—Tengamos fe en que pronto te veremos con nuestro hijo.

—Ojalá sea así.

Sin querer, lloro.

Aunque está la posibilidad de que el bebé sea de Antonio, Gabriel tiene la esperanza de que sea suyo.

<GABRIEL
>

Estoy angustiado por Mía. Ya han pasado tres horas. Lo peor es que aún no tenemos noticias de ella o de mi hijo.

—Cálmate, Gabriel, que ya me tienes mareada con tantas vueltas que das —resuella mi hermana.

—Es mi esposa y mi hijo los que están dentro, Estefanía. ¿Cómo me pides eso?

Pone los ojos en blanco.

Me siento por unos minutos, pero me levanto. Los nervios y la angustia me matan por dentro.

—¿Cómo sigue, Mía?

Me giro sin creer que está aquí.

¿Qué diablos hace él aquí? ¿Con qué cinismo se atreve a venir y preguntar como si nada por ella?

—¡¿Qué haces tú aquí?!

—Por, favor hijo, recuerda que estamos en un hospital.

Mi madre me detiene al identificar mis intenciones.

—Es claro que vengo para saber cómo está Mía —contesta con tanta tranquilidad que me enfada.

—Eres un hijo de...

—¡Gabriel! —reprende mi madre.

—¿Qué haces aquí, Antonio? —masculla Cesia—. ¿Acaso no te bastó con poner en riesgo su embarazo?

—Nunca fue mi intención hacerlo.

—Será mejor que te largues, sino...

Diviso al médico que atiende a Mía detrás de Antonio.

Corro para saber cómo está ella y olvido que Antonio también está presente.

—¿Cómo esta mía?. —cuestiono frente al médico.

—¿Es pariente de la señora Mía?.

—Si.

—La señora y su hija están estables. Felicidades.

—Es una niña —dicen nuestros padres y familiares con alegría.

—¿Podemos pasar a verla? —cuestiona Antonio y me hace a un lado.

—Por los momentos solo el esposo puede entrar.

—Yo soy el esposo —respondo de inmediato.

—Entonces sígame.

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