CAPITULO 20

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<MÍA>

—¿Segura de que te sientes mejor ahora?

Reparte besos en mi cuello.

—Lo estoy. Ya suéltame.

Me río por las cosquillas que me provocan sus besos.

—Y pensar que antes...

—¿Antes qué?

—No, olvídalo.

Lo miro de forma interrogante. No me quiso decir lo que piensa. A lo último no le doy importancia y me alejo de él para terminar de arreglarme para ir a trabajar.

—Por cierto, Gabriel.

—Dime.

—¿Sabías que el 25 de febrero habrá una subasta de joyas?

—Estefanía me comentó sobre eso, pero lo olvidé. También me preguntó si nosotros iríamos.

—Hace tiempo que no voy a una. ¿Quieres ir? —Agarro mi cartera.

—Contigo iría hasta el fin del mundo.

Me abre la puerta, muy caballeroso.

—Ajá, sí, como no —me burlo.

Estoy segura de que oyó esa frase en la televisión.

Nuestra relación va mejorando, y es algo que aún no puedo creer. Siempre me imaginé que compartiría todo con Antonio, no con él.

Bajamos al sótano. Tenemos que ir en autos separados porque sus empresas y las mías están muy distanciadas.

—Nos vemos en la noche. —Beso sus labios.

—Claro que sí.

Ambos nos subimos a nuestros autos para salir del edificio. En todo el camino no puedo dejar de pensar en Gabriel, en sus besos, en sus caricias... Siempre que pienso en todo lo que pasamos juntos, suspiro como una tonta. No sé en qué momento me enamoré de él.

—Señorita Mía, tiene una visita.

—¿Quién es, Griselda?

—Dice que se llama Antonio.

Es que en verdad se está esforzando en amargarme la vida. ¿Acaso no fui lo suficientemente clara con él de que no deseo verlo?

—Ponme en altavoz, Griselda.

—Sí, señorita. Ya puede hablar.

—¡¿Qué demonios quieres, Antonio?!

—Necesito hablar contigo.

—¿Es que no entiendes que me das migraña? Me amargas la vida y me da coraje verte. En resumen, no te soporto. ¿Acaso no soy clara? ¿Qué parte no entiendes cuando te digo que no quiero verte ni en pintura?

—Mía, por favor, no te cases con Gabriel, él no te ama como yo te amo.

—Claro, me amas tanto que te cogiste a mi hermana. Vaya que es muy grande tu amor.

—¡Cometí un error, Mía, y cualquiera lo hace! ¿Crees que si no te amara tanto no tendría el valor de buscarte y rogarte?

—No. El problema es que no conoces la vergüenza, la dignidad ni tampoco los valores. Ahora vete si no quieres que llame a seguridad.

—No me voy a rendir, Mía. Serás solo para mí.

Cuelga.

Empuño mis manos del coraje que tengo y tiro todo lo que está en mi escritorio.

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