CAPITULO 11

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Salgo del baño aún admirando mi anillo de compromiso y me siento en mi cama.

Alcanzo a ver una nota en el otro lado del colchón.

"Tuve que irme porque surgió un problema en nuestra empresa."

Lamento la vergüenza que pasaste anoche por mi culpa... también espero que te guste el anillo que coloqué anoche en tu dedo mientras dormías.

"Te llamaré después."

Gabriel.

—Vaya manera de disculparse —reprocho, pero no importa porque me levanté de muy buen humor y esta vez no desperté con migraña.

Reviso la hora; es un poco tarde. Me yergo para prepararme. Debo ir por el encargado de nuestras empresas en Italia al aeropuerto.

Salgo lo más rápido que puedo al aeropuerto, ya que en veinte minutos estará llegando su avión a Nueva York. Cuando llego, reviso de nuevo mi reloj; estoy justo a tiempo. Solo pasan al menos dos minutos de haber llegado cuando diviso el avión aterrizar. Lo espero y observo a los pasajeros que bajan. Conozco al señor Fernando, y sé que es cumplido . Se supone que debió bajar, mas no lo hizo.

—Disculpa —habla una voz a mis espaldas—, ¿eres Mía? —cuestiona un hombre casi de mi edad, pero con un acento italiano.

—Sí, soy yo, ¿por qué? —inquiero, confundida

—Soy Roberto, el hijo del señor Fernando. Mi padre se disculpa por no haber venido. Se le presentaron muchos contratiempos.

«Ay, lo que me faltaba: llevar a casa de mis padres un hombre apuesto para que a Miranda se le descontrolen las hormonas, aunque apuesto... Mmm, no es tan atractivo como Gabriel».

—¿Señorita Mía?

—Sí, sí. Bueno, vamos, que mis padres lo están esperando.

Salimos del aeropuerto y llegamos a mi auto. Me detengo al ver que él parece buscar algo. ¿Será que espera a alguien más?

—¿Esperas a alguien más?

—¿Quién nos va a llevar?

—¿Cómo que quién? Pues yo... En mi auto, ¿dónde más?

—¿No tienen chófer?

Viro los ojos.

Es de esos hombres que prefieren tener un chófer que conducir.

—No. ¿Acaso no conduces un auto?

—Nunca lo hago.

—Bueno, entonces suba, porque se nos hará más tarde.

Me mira, incrédulo. Cuando enciendo el auto, se sube sin objeción. Abrocha su cinturón, así que pongo en marcha el motor. En el trayecto, no decimos nada. Sin embargo, siento que no deja de mirarme. Empieza a incomodarme; no me gusta que me observen tanto.

—Disculpe mi atrevimiento... Mía, pero ¿le han dicho que es usted muy hermosa?

—Sí, me lo dicen siempre.

—¿Aceptarías una cena conmigo? —suelta con malicia en sus palabras.

—Lo siento, pero no.

—No importa, seguiré insistiendo —afirma, sonriente.

Acelero más el auto para que deje de hablar sobre eso. Aún no comprendo por qué siempre cuando uno está comprometido aparecen hombres por donde sea. Para mí es un fastidio lidiar con ellos. Miro mi celular; Gabriel me está llamando llamaba. Es muy oportuno.

Sublimes Placeres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora