□ u n o □

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Al día siguiente, Cordelia había sido despertada al salir el sol. Con brusquedad un guardia ató sus muñecas con una soga, demasiado al punto de que con cualquier movimiento hacia fricción que ardía en su piel ya lastimada por las esposas.

—¿A dónde me llevan?— preguntó con un pequeño tono preocupado, sin embargo, los guardias no respondieron su pregunta. Solamente la llevaron de nuevo arriba, donde aguardaba de pie el enano del día pasado. Ahí, supo su destino. —¡Quiero hablar con Miraz! ¡Por favor!— pidió mientras le subían a un caballo, uno de los soldados susurró un "Lo siento" para poner una soga en su boca, haciendo imposible el seguir suplicando. Sintió como ataban sus pies de la misma forma, no tardaron en cubrir su cabeza con un saco que solo acentuaba su miedo.

Sonidos del galopar de los caballos solía relajarle, pero esta vez no era así, cuando noto como las pisadas del caballo se hacían m6as lentas pudo saber que habían llegado a su destino. De todas las maneras que los telmarinos tenían para deshacerse de personas, habían elegido la más lenta: Ahogarlos.

El enano y ella fueron liberados de la oscuridad del saco, siendo llevados en un pequeño bote a lo interior del río. Sin embargo, pudo ver la mirada fría y agresiva del enano hacia los soldados. Ella sabía los rumores de aquellos lados, todo gracias a su clase de geografía, si no estuviera a punto de morir le habría gustado admirar la naturaleza de aquel lugar tan tranquilo.

—Aquí esta bien.— sentenció uno de los soldados, parando de remar para levantar al enano. Mientras, el otro levanto a Cordelia pero ella comenzó a mover su cuerpo en forma de protesta. El sonido de algo estamparse contra la madera hizo a todos detenerse, era una flecha. A lo lejos se podía ver la silueta de una mujer que estaba en posición para usar el arco, quien seguía apuntando.

—¡Libérenlos!— grito la mujer, el enano repitió la frase en forma de pregunta mientras el soldado le tiro al agua. Pronto a ella solo hizo falta que la empujaran para que también cayera al agua. Sentía como su cuerpo se hizo mas pesado y su vestido que se pegaba a sus piernas le era imposible moverlas con facilidad. Sintió unas manos en su cintura que le ayudaban a ir para arriba, aquella persona que le había salvado corto en el camino la cuerda de sus manos para que pudiera elevarse con mayor facilidad.

Salió del agua desesperada por arrebatarse la cuerda de su boca para poder toser un poco de agua, dando respiraciones largas y profundas. Fue arrastrada aún más lejos del agua para poder reponerse mejor, dio una mirada rápida a la persona que le había salvado: Era un chico de pelo rubio, delgado y de una piel clara, su pelo que caía mojado le era imposible observar su rostro que estaba agachado en sus pies para soltarle de las cuerdas.

—¿No se te ocurrió otra frase?— escuchó por otro lado una voz gruesa, una voz más aguda le cuestionó el por que hacían eso
—Son telmarinos, eso hacen... ¡No lo haga!

Cuando Cordelia apenas sintió sus pies libres de la cuerda, empujó al chico rubio para tomar una espada que estaba ahí con su funda.

—¡Mi espada! ¡Peter!— escucho otra voz, ni tan aguda ni tan grave. Aquello no le importó a Cordelia, que pronto choco sus espadas contra el rubio.

Uno, dos, tres choques se escucharon antes de que otro chico se metiera y sostuviera el cuerpo de ella, de no ser por una negativa orden de parte del rubio que volvió a chocar espadas con la chica. En un movimiento, Cordelia había logrado resbalar las espada del rubio en una vuelta y poder amenazarlo, sin embargo, éste golpeó su pierna para hacerle caer y soltar su espada. Pronto el rubio se posó encima de ella y sostener sus manos, solo así logró fijarse en el rostro de esa persona: Unos ojos claros que tenían la pupila dilatada, tal vez por la adrenalina de la pelea, unas mejillas un poco rosadas y unos labios rosados.

—¡Peter! ¿Estas bien?— escucharon la voz de una mujer mas, fue cuando Cordelia rompió el contacto visual del rubio para observar a los demás. Había otro chico pelinegro, una chica con un vestido morado que portaba un arco, y una más pequeña con un vestido rojo. Además, del enano, que sabía que de él provenía la voz gruesa.

—¿Quiénes son ustedes?— pregunto casi en un susurro mientras el rubio se levantaba sobre ella, sin soltar sus manos y aventando con su pie la espada, lejos de su alcance.

—Creó que eso deberíamos preguntar nosotros.— habló la chica más grande sin quitar su mirada seria.

—Esto es lo que solo saben hacer los telmarinos, matar.— sentenció el enano molesto.

—No soy una telmarina— hablo rápido la mujer mirando a todos los presentes, pero detuvo su mirada en el rubio que parecía ser el más grande —Mi pueblo llegó antes que ellos.

—¿Tu pueblo? ¿Telmarinos?— preguntó el otro chico corriendo a recuperar su espada que había sido usada por la chica.

—¿Dónde han estado estos años?— pregunto fastidiado el enano, volviendo a juntar las muñecas de la chica, una vez había vuelto a estar atada el enano observo la espada del rubio, que poseía un león dorado en el puñal de esta, la chica notó cómo su rostro se abría sorprendido —Santas barbas... ¿Son ustedes? ¿Los viejos reyes y reinas de antaño?

—Soy el Gran Rey Peter, El Magnífico — se presentó el rubio, extendiendo su mano para el enano. Cordelia no pudo evitar soltar una pequeña risa.

—¿Así vas por todos lados presentándote?— preguntó con una sonrisa.

—Después de todo, el cuerno funcionó... — volvió a hablar el enano, todos le miraron sin entender sobre lo que hablaba.

Caída la noche, habían hecho una fogata y comer carne de oso; la historia de cómo lo habían conseguido no tenía importancia para Cordelia. El asesinar a un animal era, por desgracia, la única forma de conseguir carne y alimentarse.

—¿Por qué te iban a ahogar?— preguntó la niña a la mujer que se mantenía sentada frente al fuego en el suelo. Aquella cuestión hizo que los demás también la miraran expectantes.

—Eso hacen los telmarinos...— dijo bajo, tratando de no recordar el miedo que sintió desde la mañana, trató de jugar con sus manos pero la cuerda que las mantenía quietas se lo impidieron, levantó un poco la mirada para encontrar al rubio que la miraba con una mueca seria —Siento atacarte... Rey Peter, El Magnífico...— se escucharon unas pequeñas risas por parte de los demás.

—¿Conoces a Caspian?— cuestionó el rubio tratando de mantenerse serio, Cordelia rápido no evito levantar un poco su cuerpo ante aquel nombre. Respondió un "Sí", evitando no sonar un poco alegre de volver a escuchar aquel nombre —Entonces,— se levantó, sacando su espada y volver a ponerse frente a la chica, con una mano tomo las muñecas de la chica, tomando su tiempo para analizar los morados hematomas de su muñecas que solo empeoraban por la soga hasta ahora         —¿Podemos confiar en ti, o no?— podría burlarse de él al peguntar aquello, pero no lo hizo. El por q6ue, no lo tenía claro. Asintió, seguido Peter rompió las cuerdas, liberando de su presión. Tardó un poco más en soltar sus muñecas y regresar a su lugar, los demás estaban atónitos ante la acción.

Peter susurró algo a su hermano que asintió con una mirada confundía. Pronto los demás dormirían, Cordelia tardó más en poder caer rendida, sin darse cuenta que un rubio le había mirado todo el tiempo.


𝐈 𝐜𝐡𝐨𝐬𝐬𝐞 𝐲𝐨𝐮, 𝐦𝐲 𝐤𝐢𝐧𝐠  | 𝑃𝐸𝑇𝐸𝑅 𝑃𝐸𝑉𝐸𝑁𝑆𝐼𝐸 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora