Las horas de Natalie estaban contadas. No había más tiempo que desperdiciar. Victoria lo tenía bien sabido, de modo que su pequeño plan de huida nocturna había sido preparado con antelación: en una habitación contigua a la cocina, la joven esperaría con trucos como mecheros encendidos sin razón a mitad de las estancias, aromas de inciensos, o con ruidos, porque eran las únicas distracciones con la que disponía. Sin embargo, contrario a sus expectativas, y misma situación que la había favorecido antes de salirse con la suya, sir Abraham estuvo ausente. Por consiguiente, Victoria logró adentrarse en los bosques, en un nuevo intento definitivo. ¿Qué había tramado su padrastro? Aunque Victoria pensó que por un instante salió sola sin más, cuando retornó la mirada a los grandes ventanales de la casa creyó ver una lucecita pasearse por allí y desvanecerse. Si su padrastro apenas salía a vigilar, entonces lo había logrado evadir.
Pero como ahora su plan era distinto, la joven no se quedaría en el bosque. Tampoco vendería su sangre a la maleza; esta vez iría más lejos, quizá del otro lado de la frontera o quizá hasta las Tierras Altas. Tal vez no regresaría aquella noche.
La misión le provocó terrores y disgustos. Se abrazaba, frotaba sus brazos, miraba para todos lados y esperaba el momento adecuado. En ocasiones su velita le quemaba el pecho por acercársela demasiado. A veces se quitaba las pantuflas y se sentaba a descansar. El canto de los grillos se detenía por momentos, para después dotar a la noche de un oprimente silencio digno de una catacumba. A su alrededor, entre la oscuridad, parecía de pronto haber completa ausencia. Algo presentían los insectos, se imaginaba Victoria, algo les atemorizaba, y cesaban sus cantos por tal razón. Lo cierto era que si una atmósfera sobrenatural llegaba a ella, iba por buen camino, o a esta premisa le agradaba aferrarse.
El claro apareció tras veinte minutos de caminata, y Victoria, con deseos de continuar, en contradicción a su miedo, subió a un risco bien iluminado por la propia luna. La palmatoria se apagó enseguida tras el embate de un ventarrón, así que la abandonó ahí. Trepó hasta la punta de la peña y contempló un amplio bosque de abetos que yacía metros abajo. El viento la empujaba; quería este lanzarla al vacío, pero ella resistía al separar un poco sus pies.
Otra vez tuvo la necesidad de avisarle a Demian del trato que salvaría a su amiga. Y antes de haber exhalado una sola sílaba, a cierta distancia escuchó a unos hombres que andaban cerca y que parecían conversar. Aquellos pies trituraban la hierba, se detenían, continuaban con la discusión y se alejaban. Pero su lógica le afirmaba que sería una estupidez que otra persona anduviese en un bosque a tales horas, así que extendió sus brazos como en un ritual y exclamó:
—¡Monstruo! ¡He venido a este sitio a ofrecerte mi sangre, a cambio de un poco de la tuya! Hagamos un trato justo, gota por gota, y verás que seremos felices los dos.
No hubo respuesta, pero un aleteo se oyó por ahí entre la floresta.
—¡No te haré daño! ¡Ni yo ni mi familia! La cosa es conmigo nada más.
—Vaya —dijo una voz grave detrás de ella. El sujeto, de larga capa y cabellera, acudió a su llamado, levitando, y se posó en la punta del risco sin que las fuertes ráfagas le afectasen—. ¿De dónde ha salido esta deliciosa criatura? —Su lengua pasaba por sus labios una y otra vez, además de revelar un par de colmillos largos y curvos—. ¿Y cómo es que me ofrece tan apetitoso banquete?
—¿Quién es usted? Usted no es Demian Bathalpath. —Retrocedió hacia la base de la roca.
—Oh, ¿cómo es que conoce usted a Demian Bathalpath?
—Le necesito... Yo... Quisiera un poco de sangre, un intercambio de la mía por la de él.
—¿Sangre? ¿Una humana codiciando sangre de vorlok?
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Bloody V: Réquiem de Medianoche ©
VampireInglaterra, siglo XIX. Victoria se alimentaba de la sangre de los mortales y sembraba el pánico en los hediondos callejones de Whitechapel. Hasta los periódicos la apodaron Bloody V. Cuando finalmente es atrapada por Scotland Yard, la élite londinen...