Las ventanillas de la carroza estaban empañadas. Victoria yacía desnuda sobre su vestido. Demian la miraba desde arriba con cariño, y tenía su mano derecha entrelazada con la de su amada. Para Victoria, Demian era una figura fantasmal que irradiaba calor y magia, además de que el destello argénteo de sus ojos era sobrenatural, hermoso a la vez, y hechizante, preferible al par de esferas negras que le surgían durante el acto salvaje.
—Dele gracias a Erlik que volviera —dijo él, con un poco de soberbia—. Me convenció. Es un muchachito tan insistente. Siento que es como mi segunda consciencia.
—Qué bueno que viene con nosotros.
—Amada mía, mujercita de mi vida... Pase lo que pase, no deberíamos separarnos de nuevo.
—Si me dieran una libra por cada que usted se va de mi vida... —Enarcó las cejas, triste. Parecía que buscaba un significado oculto en el semblante del monstruo.
—¿Quiere que se lo vuelva a recriminar acaso? ¡Usted se fue!
—Es cierto. ¡Lo siento! Es... absurdo todo esto.
—Deberíamos hacer algo para que no vuelva a pasar, algo que nos recuerde que esto no debe repetirse. Es una locura.
—Cásese conmigo, Demian. Se lo suplico. Nada me haría más feliz. Si lo que usted teme puede pasar, o si yo, como soy la acreedora de Zellem, puedo hacer que algo salga mal, entonces, cásese conmigo. Tengo miedo de morir sin que mi alma esté unida a la suya.
—Oh, señorita Victoria...
—¿Qué pasa? ¿Qué tiene de malo? ¿Acaso le parece una gran responsabilidad? ¿No me ama lo suficiente? ¿No acepta el ritual del matrimonio? Se lo juro: no dejo de pensar en ello.
—No es eso...
—¿Entonces?
—Es que... Normalmente es el hombre el que pide el matrimonio en su cultura, y usted me toma de sorpresa. —Sus facciones benévolas dibujaron una mueca traviesa. Victoria se tranquilizó al verle su conocido rostro irónico—. Pero usted no es una mujer ordinaria, naturalmente.
—Creo que debo agradecerle el halago. —Se rieron juntos.
—Sí que lo digo con sinceridad. —Demian la contempló todo un tiempo, en tanto le pasó las garras por los rizos que le escurrían de la frente, para alisarlos hacia a un lado por sobre la oreja. Cómo le encantaban aquellos ojos verdes tan melancólicos.
—¿Cuál es su respuesta?
—Desde luego. Acepto. —Posó un beso en su coronilla y continuó con su afición de mirarla como a un cuadro de Giovanni Pannini—. No le mentiré y le diré que no me aterra ir a Verislavia. En mi tiempo de soledad, en Viena, llegué a pensar en que era un cobarde que disfraza sus miedos con principios supuestamente mejores que los de una religión. No quiero que me perciba así. Mis sentimientos son descarados; me hacen huir, cometer locuras, crear más problemas. Tenía usted razón. Soy un egoísta, un maldito niño que solo piensa en sí mismo.
—No sea tan duro, Señor Vampiro. Yo también le pido disculpas por haberle hablado en tal forma. Pensaba en nuestro plan como si lo fuera todo, pero sé que no es así, que hay cosas que no se deben olvidar, como este momento en el que estamos usted y yo, una vez más, unidos en la misma persona.
—Eso somos, querida mujercita, una sola persona. —Se acostó a su lado y se quedaron un buen tiempo escuchando el rumor del viento. A la distancia, unos truenos anunciaban una tormenta. Hubo otro silencio prolongado entre los dos. Al vampiro se le ocurrió una idea que lo venía molestando y que debía salir ya—: Nunca le agradecí que me salvara de las garras de la Ravenhall.
—Eh... —Demian le colocó un dedo en los labios para que no dijese nada.
—Si no es por su carta, además de su amiga, claro, no saldría vivo. Me rescató, y no solo sacándome de allí, sino de otra forma más especial. Mi personalidad estaba sumergida en aquel momento, oculta, casi para nunca salir, pero cuando Nikolas me dijo que usted había planeado todo como una mente maestra, volví a ser yo mismo. Y sin mí, mi vida no sería nada. —Se rio de manera pícara—. En serio, es muy inteligente y sabia.
Ella no dijo nada, sino que sonrío agradecida por el cumplido.
Afuera carraspeó alguien y luego unos nudillos golpetearon la portezuela.
—Oh, por Dios... —cuchichearon. Se levantaron con las prisas de volverse a vestir—. ¡Santo cielo! ¡Es verdad!
—¿Los molestamos? Hace frío acá afuera. —Era la voz de Armin—. Y, por favor, debajo del taburete hay esencias aromáticas. Echen un poco de eso. Se los agradeceré yo y mi colega el vampirito.
—¡No soy un vampirito!
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Bloody V: Réquiem de Medianoche ©
VampireInglaterra, siglo XIX. Victoria se alimentaba de la sangre de los mortales y sembraba el pánico en los hediondos callejones de Whitechapel. Hasta los periódicos la apodaron Bloody V. Cuando finalmente es atrapada por Scotland Yard, la élite londinen...