El diario de Wilhelmina Kedward (última parte)
Dreadfulton Hill, Blackfort, 23 de octubre de 1851
Estos meses han sido bastante complicados. El embarazo me ha dejado postrada en la cama; pero, como había dicho en las páginas anteriores, los criados de sir Abraham han estado pendientes de mí. Entretanto, Señor Común se dirigió a su trabajo falso.
Con o sin evidencia puedo decir que Señor Común sigue mintiéndome, aún después de que me ha hecho sentir tan mal, devastada por el bebé de José. Le pedí perdón, y demostré que la culpa aún me consume, pero él no parece comprenderlo.
Sin embargo, sir Abraham no padece de villanías empedernidas. A menudo, este entra en mis aposentos y me da la correspondencia con honestidad. Tiene un secretario con el que me conecta, y así me permite también redactar algunas cartas. Cabe aclarar que ni para escribir he estado muy lúcida, pues de pronto tengo momentos muy difusos en los que no sé ni qué es real ni qué no, además de falsos recuerdos. Y ahora, en este instante que escribo el diario, puedo decirlo, es uno de mis mejores lapsos de lucidez.
—Ya tienes más correspondencia —dijo una de las tantas veces—. Esta vez no son cartas de tu madre, de esas llenas de adulaciones, y tampoco es tu padre con sus típicos discursos sabios. Ahora se trata de una damita cariñosa que firma como Lizzy.
—¡Lizzy! —Me recargué en las almohadas—. Mi prodigiosa Lizzy.
—Sí, ella. Te la leeré también.
Con un abrecartas deshizo el sello y sacó la misiva del sobre, que extendió en su mano, la estudió como si fuese a buscar secretos que le desprestigiaran y enseguida decidió comenzar a leer. Su voz, contrario a lo que pensarías, anónimo, tenía una excelente modulación para declamar. El contenido rebosaba de dulzura, de nostalgia y de preciosas anécdotas que habíamos vivido juntas cuando terminábamos de ensayar y nos escondíamos en los bastidores junto a los demás, mientras el señor Crawl se aproximaba a mencionarnos los planes de la siguiente semana. Lizzy había redactado, de igual manera, sobre la sinceridad de sus sentimientos cuando mencionaba mi ausencia y de la posibilidad de reencontrarnos. Me imaginé en el teatro, yo sola, como si estuviese al borde del proscenio. Buscaba a mis padres entre los asientos, y los hallé, orgullosos de mí.
De pronto, un cambio en la carta me desconcertó: Lizzy escribió con más tristeza, como si narrase el sepelio de alguien. El señor Crawl todavía me tenía rencor, y revelaba su posición a no permitirme un regreso. Aquel viejo testarudo, a pesar de haberme necesitado como Hipólita —porque la suplente no era tan buena como yo—, me negaba el perdón. Mi amiga le pidió que deshiciera este vano conflicto; pero, supuse para mis adentros, sería absurdo, ya que yo también tengo mi orgullo.
—Supongo que tendré que imponer mis influencias —dijo sir Abraham tras haber leído la firma—. Ya no hay forma de devolverte al Royal.
—Ya no importa —respondí, apesadumbrada—. Hay miles de teatros más. Tan solo en Bath hay decenas más.
—Sí, no importa. Cuando acabe con este problema y haya nacido tu hijo, aquí en Blackfort, regresaremos a Somerset.
—¿No podríamos ir a otro sitio? —pregunté, escondiendo un poco de vergüenza y miedo de volver a ver a los del Royal, incluso a Lizzy—. Me gustaría explorar el mundo, ser conocida más allá que solo aquí, conocer mucha más gente...
—¿Te refieres a Londres, a Paris?
—Quizá Paris no, pero Londres estaría bien.
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Bloody V: Réquiem de Medianoche ©
VampireInglaterra, siglo XIX. Victoria se alimentaba de la sangre de los mortales y sembraba el pánico en los hediondos callejones de Whitechapel. Hasta los periódicos la apodaron Bloody V. Cuando finalmente es atrapada por Scotland Yard, la élite londinen...