XIX (Final de la primera parte)

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La leyenda de Erzsébet Kárpáthy y el Rey Sangriento

La siguiente noche, la de la obra de teatro, llegó al fin. Victoria la había esperado con ansias. Una vez que hubo dejado a sus hermanastros en su habitación, Lily comentó:

      —Has estado muy silencioso estos últimos días, querido Orson —dijo, cargada de un profundo sentimiento de felicidad—. Otra vez ni siquiera me seguiste el juego para molestarla. ¡Ya se fue!

      —¿Qué? —Levantó la mirada, ido.

      —Ay, nada. Eres tan aburrido que prefiero conversar con la pared.

      No recibió respuesta. Lily se asomó por el dosel de la cama y vislumbró su cuerpecillo difuso, volteado, mirando hacia el tapizado. Ya acostada y rendida, la joven sonrió al imaginarse su boda, próxima a celebrarse. Todo estaba listo: habría un baile en Dreadfulton Hill, irían de luna de miel por tres días y estarían en su nueva casa una vez que los papeleos se tramitasen. Aunque, primero lord Stephen estipuló una condición: debía haber una garantía por aquello del impulso de sus negocios; pero ya todo estaba pactado, no había forma de que no se recuperase la empresa de Dover, así como que tampoco debía haber un arrepentimiento por parte de ambos jóvenes. Ethan era su pretensión y le gustaba; pero lo que ya no le parecía a Lily era aquel rasgo pusilánime típico de él, que al principio le había parecido tierno. Pensó en las pasadas palabras de Victoria y se imaginó siendo infeliz por esto. Tuvo miedo de darle la razón a su hermanastra.

      ¡Había tenido tantas ganas de castigarla por sembrarle tantas bagatelas!

      Maldito Orson, se dijo al cambiar de postura. Necesitaba más sensaciones, más acción. Y recordó después la sospecha que Vicky le había despertado, aquella en que salía por las noches. ¡Claro! ¡Qué tan fascinante era la noche ahora! Podría desquitarse de la entrometida, tal como lo había deseado.

      Salió de las sábanas en silencio y advirtió que su hermano sollozaba, pero al mismo tiempo se encontraba como dormido. Tal vez lloraba entre sueños. Desde que sir Abraham le pedía una y otra vez que lo acompañase más allá de los abedules, Orson se ponía cada vez más extraño. Incomprensible. Un paseo por la naturaleza no afectaba a nadie, comentaba para sí, ni mucho menos la caza de animales tan insignificantes.

      Lily abrió la ventana y respiró el fresco. No hacía viento. Se recargó en el alféizar y esperó. Buscó en las sombras por si algún horror incorpóreo se desplazaba, o bien si una actriz conocida entraba en escena. Y regresaba a su cama y se volvía a levantar; solo pensaba en su venganza. Pero tuvo que ser muy paciente.

      El reloj anunció la medianoche.

      Tras otra media hora metida en su cabeza, en tanto imaginaba el fastuoso baile que pronto protagonizaría en medio de un millar de invitados, Lily encontró... algo.

      —Te tengo...

      A pesar de por fin tener una referencia, Lily no supo cuál era el premio. Había distinguido a un personaje cruzar el jardín, nada más. El ser vestía como si proviniese de una posta de hace cien años, acaso con tricornio y librea, cual común lacayo; pero se le hizo muy extraño que, al darse cuenta bien del atuendo, no lo asimilara con un landó que debiera estar aparcado en las inmediaciones de la arboleda. Además, era una visión increíble e inconexa: a tal hora no se suscitaban visitas de este tipo.

      —Oh por Dios... —susurró, y luego se persignó—. Es... ¿Un fantasma?

      De manera inesperada, el personaje dio un salto tan amplio como el despegue de un ave. Lily se quedó estupefacta y retrocedió hasta caer en el colchón. Incluso se le rompió la palmatoria, pero Orson solo se retorció en sus cobijas.

Bloody V: Réquiem de Medianoche ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora