Capítulo III: "Escuché que mató un gato"

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—¡Clarice! ¡Ya llegamos! —me llamaron mis padres, desde abajo.

Mi primo y yo nos miramos, agitados. Teníamos que salir de ahí. Primero bajó él, y luego le seguí yo. Con ayuda del palo de la escoba cerró la trampilla. Corrimos la silla, para que su posición no llamara la atención.

—¡Ya vamos! —respondí.

Bajamos con el resto de la familia y me despedí de mis abuelos, mis tíos y mi primo.

—Entonces... ¿Qué pasó con el libro? —me preguntó en voz baja, antes de irnos.

Como respuesta, abrí mi mochila y dejé ver lo que había adentro. Al verlo, una gran sonrisa se dibujó en su rostro.

Pensé en preguntarle a mi abuelos sobre el libro, pero temía que se lo tomaran a mal. Prefería terminarlo por mi cuenta, y luego preguntar.

Lo poco que leí con mi primo me dejó desconcertada. ¿Estaba basado en un documento real? ¿O era solo una novela?

Me moría de intriga. Pero al mismo tiempo, no quería que mis padres me vieran leyéndolo. Tal vez lo veían inapropiado.

Decidí llevarme el libro a la escuela. No podría leer en clase, pero aprovecharía los recesos para hacerlo.

¡Estaba tan emocionada!

Me senté en una banca, en el patio del colegio y saqué el libro.

"Llegué a la Comisaría seguida por la señora que me encontré afuera de casa, y lo primero que veo es un policía regordete de pelo castaño y ojos grandes, sentado detrás de un gran escritorio de madera bebiendo café, al vernos entrar se endereza un poco, deja la taza de lado y nos ofrece asiento, la señora se sienta y yo quedo de pie.

Ella pide hablar con el policía y ambos se retiran a una habitación adyacente a la nuestra. Pasaron cinco, quince minutos, y aún no volvían. Podía escuchar el sonido de máquinas de escribir, al igual que murmullos tras las paredes. Con cada minuto que pasaba mi sensación de inseguridad y pánico se volvía más y más grande.

Ya tras casi media hora de espera, ambos salen. La señora se despide y me desea buena suerte. El oficial me guía a una oficina pequeña con un escritorio de madera situado en la esquina y dos archiveros a la derecha de este.

Me hace una seña con la cabeza para que tome asiento. Hago caso. El hombre se posiciona frente a su máquina de escribir. Tras esto, me dedicó una mirada cansada.

—¿Cómo te llamas? —Me pregunta.

—Athena. Athena Blake —Le digo.

—Bien... —Se detuvo a escribir—. ¿Cuántos años tienes?

—Dieci...

Un escalofrío.

Mi edad.

Dieciseis... ¿O diecisiete?

¿Cómo podía no estar segura? ¿Qué me pasaba?

El oficial repitió la pregunta.

No... No estaba segura...

—D-Diecisiete. Diecisiete.

—Bueno. ¿Por qué no me cuenta un poco de lo que ha pasado?

—Mire, yo vivo en esa casa con mi familia desde que tengo memoria. Esta mañana al despertar no había nadie, y noté que mi hogar lucía diferente. Salgo un momento a comer algo, y al volver está esta mujer que me dice que ella es dueña de la casa y que... nadie vive en ella —Lo último lo dije en un susurro casi inaudible.

—Señorita Athena, la mujer me facilitó documentos que demuestran que nadie vive en ese edificio desde hace cuatro años. Su testimonio no tiene sentido.

Se me erizó la piel. El pánico se estaba adueñando de mí.

—No, oficial, le aseguro que eso no es posible.

—Deme un momento, ahora vuelvo.

Tras decir esto, salió de la oficina. Tengo que esperar, una vez más, alrededor de treinta minutos. Una vez regresó, no lo hizo solo.

Un hombre que vestía un uniforme blanco lo acompañaba. Llevaba estetoscopio y otros instrumentos que no llegué a identificar.

Se presentó, y me dijo que iba a realizarme un examen fisiológico. Me ordenó sentarme sobre el escritorio.

Examinó mis oídos, mis pómulos, mi boca, mi nariz; apuntó una linterna a mis ojos y me ordenó apuntarlos a diversas direcciones.

Palpó mis brazos, mis piernas, puntualmente dando ligeros golpes.

Pareció entonces quedarse satisfecho. Se retiró un momento, a hablar con el oficial. Luego regresó.

—Señorita Athena, en vista de lo que me ha descrito el oficial y lo que he examinado, es claro que usted presenta síntomas de estar recuperándose de un estado comatoso. No presenta lesiones visibles en la cabeza, pero la forma en la que sus reflejos funcionan me hacen pensar que ha sufrido un trauma intracraneal.

Al escuchar esas palabras del doctor, una sensación de confusión y miedo recorrió todo mi cuerpo.

—¿Q-Qué cosa?

—No se preocupe, está totalmente fuera de riesgo. Pero su mente parece estar recuperándose de algún incidente. ¿Puede recordar algún golpe que pudo haberse dado, alguna situación violenta?

Negué con la cabeza.

—Lo último que recuerdo es estar en mi casa. Con mi familia. Y ahora no sé dónde están. ¡Si algo me pasó, ellos deberían haber estado conmigo! ¡Si estuve en coma no tiene sentido que haya despertado en mi casa, alguien me puso ahí!

—No sé qué decirle, señorita. Lo lamento. Debería hablarlo ya con el oficial."

~•~

Capítulo escrito por Naydelin y Yesibel, editado por Nahuel

Estoy PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora