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Maratón 3/3


A las siete y cuarto de la mañana, antes de salir de casa, saqué a Panceta a pasear. Mi tía me había insistido en que no era necesario que lo sacara yo por las mañanas, que ya podía hacerlo ella, pero sentía la necesidad de contribuir a este tipo de cosas, así que no le hacía ni caso y lo sacaba yo. Además, no me iba mal para despejarme antes de ir a clase.

En cuanto volvimos, le puse el desayuno al perro, que movía la cola con impaciencia mientras miraba cómo llenaba su comedero. Elvira apareció en la cocina con la bata puesta, rascándose la nuca, justo cuando estaba lista para irme. Ella empezaba a trabajar a las nueve, así que todavía tenía tiempo a tomarse un café y desayunar tranquilamente, mientras que yo solía llevarme algo en la mochila y comérmelo por el camino.

En los pocos días que llevaba viviendo con mi tía —desde el lunes, y solo estábamos a viernes— había conseguido llegar a la hora todas las mañanas. No era tan ilusa como para creer que iba a adoptar la puntualidad como costumbre, porque el llegar tarde ya era prácticamente parte de mi personalidad, pero me hacía sentir bien.

Faltaban dos minutos para las ocho cuando entré en clase. Natalia estaba medio dormida sobre la mesa, sin ni siquiera intentar disimularlo, pero era algo normal así que tampoco le dije nada. Según ella, era una noctámbula, e irse a dormir temprano nunca había sido lo suyo, así que a primera hora solía estar hecha un asco.

Silvia y Marc estaban en la última fila, hablando entre ellos y acariciándose las manos como si estuvieran solos en el aula. Empezaba a ser un poco molesto, lo que hacían, porque a veces estabas con ellos y se ponían a hacer manitas. Me ponía de los nervios. Había gente que no sabía separar sus momentos íntimos de los que compartía con sus amigos, y ellos eran ese tipo de persona.

Me senté con Marian, que era la única que no estaba ni a punto de entrar en la fase REM ni atontada con su pareja, así que entre mis amigas, era la opción más viable. Gabriel llegó justo con la profesora, y detrás de ellos entró Leo.

Vaya.

La verdad es que no me esperaba volver a verlo por clase. Había asumido que se había rendido con la carrera, pero esa mañana parecía una persona nueva, con su cara llena de energía contrastando con la que había llevado las últimas veces que lo había visto, ya hacía días, cuando parecía un muerto andante.

No nos engañaremos: estaba mejor pensando que no volvería más, pero tampoco podía hacerle nada, ni echarlo de la carrera.... Así que me iba a tocar pasar de él.

Ni siquiera me miró antes de sentarse dos filas delante de mí. Gabriel, en cambio, me dio una sonrisa cómplice que me hizo volver a lo que llevaba horas pensando: habíamos quedado esa tarde para que posara para mí. Y, por la forma en que me miró, estaba claro que él tenía las mismas intenciones que yo.

Apenas pude concentrarme durante la primera hora, entre mis pensamientos poco puros y el hecho de que Marian estaba aburrida y nos dedicamos a dibujar idioteces en la hoja de apuntes. La segunda hora fue aún peor, porque nos habíamos ido a almorzar justo antes y estaba que me caía del sueño. Al menos era clase de dibujo, y no un tocho teórico de tres horas como la clase anterior, pero entre el sueño y mi bloqueo con esa asignatura, no fui demasiado productiva. Leo me miraba de reojo de vez en cuando, lo que me ponía un poco nerviosa, porque tenía la sensación de que en cualquier momento iba a acercarse para soltarme uno de sus rollos sobre lo mucho que lo sentía y lo mal que lo había pasado en la vida, pero afortunadamente no ocurrió.

—Has mejorado mucho —apuntó el profesor de dibujo cuando vio lo que estaba haciendo, pero yo no estaba de acuerdo con él—. Se nota que te has puesto las pilas.

Cosas de rubiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora