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Mi vista estaba enfocada en la ventana del despacho, que tenía varios tiestos con flores en la parte exterior, aunque no conseguía verlas bien porque había una cortina dentro. Podría parecer que estaba distraída, pero estaba pensando. Nada más sentarme en la silla de delante de su escritorio, la psicóloga me había dicho "dime, ¿qué es lo que ocurre?", y me había quedado en blanco. Estaba intentando pensar en qué contestar a su pregunta, y terminé diciendo lo primero que me pasó por la cabeza.

—Supongo que estoy aquí porque mi ex es un imbécil —dije, y ella levantó las cejas antes de asentir varias veces con la cabeza y ponerse a apuntar algo.

No conseguía ver lo que estaba anotando en el papel, que parecía colocado estratégicamente para que los pacientes no pudieran leerlo, y me entraron ganas de reír al imaginar un "su ex es un imbécil" en los apuntes, pero tuve que obligarme a concentrarme.

—¿Qué te hace decir que es un imbécil? —inquirió, animándome a continuar.

Pensé en Leo, en nuestra relación, en sus celos, en la foto... Y me di cuenta de que eso no era todo.

—En realidad no estoy aquí por mi ex —admití—. Supongo que es solo una parte del problema.

Y se lo conté todo. Le conté el acoso al que me había visto sometida en el instituto, la brecha que eso había abierto entre mi hermana y yo, la nefasta relación que tenía con mis padres, la tormentosa relación con Leo, lo de la foto... Omití a Gabriel, porque ya me parecía mucho todo lo que le había contado, y por ahora lo mío con el rubio no me suponía ningún problema, aunque me diera la sensación de que iba a terminar mal.

Se lo expliqué de forma desordenada, porque cuando sacaba un tema me acordaba de otro, así que la línea temporal de mis problemas estaba un poco distorsionada, pero a ella no parecía importarle.

Durante gran parte de la hora, la psicóloga solo se dedicó a escucharme, anotar en el papel, y hacerme preguntas de vez en cuando para que concretara en alguna de las cosas que le contaba. Era la primera visita, así que tampoco esperaba que me solucionara la vida en una hora, y sabía que la terapia tomaba mucho más tiempo que eso.

Salí a las cinco de la tarde. El único plan que tenía ese día era cenar con Patri, pero todavía quedaban cuatro horas para eso, así que decidí irme al taller de pintura. Decidí coger el bus en vez del metro, porque hacía un día muy bueno comparado con el fin de semana, en el que no había parado de llover, y quería disfrutar del sol.

Nada más bajar del bus, mi móvil empezó a vibrar. Lo saqué del bolsillo de mi chaqueta y vi que era un número desconocido. En cualquier otra ocasión no habría contestado, pero esa mañana había tenido una entrevista de trabajo —me había tenido que saltar una hora de clase para poder ir—, y estaba esperando noticias.

—¿Diga? —pregunté al contestar la llamada.

¿Ariadna Dalmau? —me preguntó una voz masculina y grave.

—Sí, soy yo.

Llamo del gimnasio Olimpia —me explicó, y levanté las cejas, sorprendida—. La semana pasada tuviste una entrevista con nosotros, y te llamaba para comentarte que te hemos seleccionado. ¿Sigues interesada en el trabajo?

—Sí, claro que sí —contesté, intentando ocultar mi entusiasmo.

Muy bien. Pasa mañana por aquí, a las seis, y hablamos de las condiciones, horarios y demás.

—Genial. Muchas gracias.

Se despidió con un escueto "hasta mañana", y terminé la llamada con una sonrisa en la cara. De verdad que pensaba que no iban a decirme nada más, porque había sido mi primera entrevista y no tenía ninguna experiencia en ese tipo de trabajo, así que me podía considerar afortunada.

Cosas de rubiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora