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Para mi sorpresa, no éramos muchas las personas que queríamos jugar a la botella, aunque lo preferí, porque tampoco me apetecía morrearme con mil personas. Debía haber unas treinta personas en la fiesta, o incluso más, pero solo ocho jugamos a la botella: varias personas a las que no conocía, Claudia, Marian, Leo y yo.

Justo cuando ya estábamos sentados, algunos en los dos sofás que había, uno delante del otro, y otros en el suelo, Gabriel pasó por nuestro lado.

—Va, únete, aburrido —le dijo Marian, y él soltó una carcajada.

Me dedicó una mirada rápida, y luego volvió a mirar a nuestra amiga.

—Venga, va.

Marian soltó un grito de alegría y le dio un pequeño aplauso mientras él se sentaba a su lado. No pude evitar mirar a Leo, y por su expresión vi que no estaba muy contento con que Gabriel se nos hubiera unido. Empecé a ponerme nerviosa, pero no de una forma negativa. Era expectación porque, aunque supiera que iba a traer problemas, una parte de mí deseaba que, cuando hiciera girar la botella, esta terminara señalando a Gabriel.

—Bueno, ¿quién empieza? —preguntó Claudia, y se paró a pensarlo unos segundos—. La persona que tenga más edad del grupo. Yo tengo dieciocho, así que no creo que me toque a mí.

Así fue como descubrí que tanto Gabriel como Marian tenían un año más que yo. Aun así, no eran los mayores, porque había una chica que tenía veinte, y fue ella la que hizo girar la botella vacía de cerveza por primera vez, dando el juego por empezado.

Nos quedamos en silencio, mirando el objeto de cristal dando vueltas, hasta que su boca se quedó quieta apuntando a Marian.

—¿Es un pico, o algo más? —preguntó la chica.

—Yo haría picos, al menos para empezar —sugirió otro chico al que no conocía, pero que estaba bastante segura de que se llamaba Joan.

Estuvimos todos de acuerdo, y Natalia se besó con la chica entre aplausos. Durante la siguiente hora, hubo un poco de todo. Prácticamente nos besamos todos con todos —incluso Leo con Gabriel, aunque no le pusieron demasiado entusiasmo—, pero en ningún momento me tocó con el rubio... Hasta que pasó.

Fui yo la que giró la botella, y cuando la boca apuntó a Gabriel, mi corazón dio un salto. Él me sonrió, y fue todo lo que necesité para empezar a acercarme a él, hasta que Leo me interrumpió.

—Ari no juega.

Me giré hacia él, con una ceja levantada, y vi que me miraba con seriedad.

—¿Cómo que no juego? —pregunté, porque no estaba segura de haberlo escuchado bien.

—Que se acabó el juego para nosotros —contestó.

Ya decía yo que la noche estaba yendo demasiado bien.

—Me da a mí que no —repuse.

Así que pasé de él y sus rabietas completamente, y seguí acercándome a Gabriel hasta que estuve delante de él. Me miró, y pude ver la duda brillando en sus ojos. Le di una pequeña sonrisa, intentando transmitirle que no pasaba nada y, cuando su mirada se fijó en mis labios, pareció relajarse.

—¿Puedo? —le pregunté en un murmuro, porque solo quería que lo escuchara él.

Él asintió lentamente con la cabeza. Puse una de mis manos en su mejilla, notando la ya conocida electricidad entre nosotros, y me incliné para juntar mis labios con los suyos. Apenas fue una caricia, una leve presión, pero fue suficiente para mandar una ola de adrenalina por mis venas.

Cosas de rubiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora