Capítulo 19

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El tiempo se congeló al igual que mi corazón. ¿Gonzalo iba a irse? Mis piernas empezaron a temblar y algo doloroso se situó en mi garganta, algo así como un nudo que no era capaz de tragar. Mi todo, mi vida entera giraba a su alrededor, él era la fuerza que yo necesitaba para levantarme cada día y continuar, él me hacía reír, él me entendía, él conversaba conmigo y me animaba, ¿qué iba a hacer yo sin él?

Todo empezó a nublarse en mi vista, era como si mi alma se hubiera escapado de mi cuerpo. Las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas; intenté salir, pero tropecé captando su atención. La mirada dolida de Gonzalo se clavó en la mía, y dolió aún más.

—Angelina... —sollozó.

Mi nombre en sus labios sonó triste, una combinación de dulce y amargo.

Empecé a correr con desesperación en las calles de Pizarro, el viento golpeaba mi cara, elevaba mi cabello suelto y me golpeaba el alma. Escuchaba su voz detrás de mí, llamaba mi nombre, quería detenerme, quería decirle que no se fuera, quería decirle que permanezca a mi lado, pero no podía, no podía... No tenía nada que ofrecerle más que mi amor puro y sincero. Él tenía que estar junto a su papá, él tenía que avanzar, tenía que terminar el colegio e ir a la universidad, y yo... yo no podía darle nada de eso.

Estaba luchando conmigo misma, pero estaba resuelta. Sin embargo, todo debió haber estado en mi contra; cuando mis pies empezaron a atravesar la plazuela donde habíamos conversado tantas veces, se enredaron, me traicionaron y me hicieron caer de bruces. Lo último que vi fue el piso pegado a mi rostro. Lloré más, me dolía el cuerpo, pero no tanto como el alma. No conseguí levantarme, no conseguí moverme ni un pelo, el dolor físico no era tanto como el profundo dolor que sentía por dentro.

—Angelina... —Su voz atravesó cada poro de mi piel, me enredó, me llevó al cielo y me trajo de vuelta.

Lo último que supe fue que me ayudó a ponerme en pie, sacudió el polvo de mi ropa, y se mantuvo en silencio. No tengo noción de cuánto tiempo lloré ni cuánto pasó para que por fin pudiese calmarme. Él solo me escuchó, y al final me abrazó.

Querido diario, no tengo más fuerzas para escribir, gracias por siempre comprenderme.

15/01/1999

Ha pasado Navidad y año nuevo, ambas fechas la pasé junto a Gonzalo y su padre, todo fue risas y felicidad. Ninguno sacó el tema de su pronta partida hasta el día de hoy. Les acompañé al terminal de buses, Gonzalo sonreía, pero sus ojos destilaban angustia. El acarició mi cabeza, sus largos dedos se deslizaron con destreza por las hebras de mi cabello, él volvió a sonreírme con ternura, y lentamente depositó un suave beso en mi frente.

—No llores demasiado, ¿de acuerdo?

Asentí, pero ya estaba derramando lágrimas a cántaros.

—Cuídate mucho Angelina —continuó su papá—; a través de una carta te haremos llegar nuestro nuevo número telefónico, solo debes escribirnos si necesitas algo.

—Sí señor —gimoteé.

Y sin decir más tomaron sus maletas y subieron al autobús. Gonzalo se sentó junto a la ventana y la abrió para verme. Cuando el vehículo empezó a andar, mi corazón se agitó de temor, de temor de no verlo nunca más. Mis pies intentaron moverse a su ritmo.

—¡Te escribiré en cuanto llegue! —vociferó él—. ¡Cuídate mucho Angelina! ¡No dejes de comer!

Me detuve y le sonreí hasta que desapareció de mi vista, y entonces lloré más, mucho más... Me pregunto si él también lloró en el trayecto...

CUIDADO CON ESE AMOR ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora