Joaquín andaba muy tenso últimamente, tal vez por el examen que íbamos a dar, o por su situación familiar. Le vi hablando muy seriamente con su madre y con papá. A veces hablaba por teléfono con Irene, aunque no tenían mucho que decir. Le pregunté si le había contado por los problemas que estaba afrontando, pero me dijo que no, que ella estaba demasiado ocupada y que apenas probaba bocado, no por las dietas, sino por falta de tiempo. Supongo que no basta con ser hermosa para ser modelo.
Hubo un día en clases que me tomó por sorpresa. Yago, Kiara, Lola y yo estábamos disfrutando del recreo, cuando mis ojos divisaron a un Joaquín solitario lanzando papelitos a un basurero, estaba tan perdido en sus pensamientos que ni siquiera me sintió llegar. De hecho, se sobresaltó cuando sintió mi presencia.
—¿Tan mal me veo? —intenté bromear para confortar el ambiente, pero su media sonrisa me hizo entender que estaba bien así.
Le extendí la botella con jugo que había comprado para mí, la recibió, pero la guardó en su bolsillo.
Repitió su acción anterior un par de veces más hasta que le quedó el último papelito. Me sentía incómoda sin saber qué decir y hacer, me arrepentí de haber ido junto a él, pero también le comprendía, él tenía demasiadas cosas en la cabeza.
Emití un suspiro y giré para volver con el resto, tal vez Joaquín deseaba estar solo.
—Jasmine.
Le miré expectante por haberme detenido.
—¿Quieres saltarte las clases conmigo?
—¿Ah? —No daba crédito a lo que había escuchado.
—¿No le dijiste a Mimí que querías conocer la playa de Huanchaco?
—Sí, pero...
—Vayamos...—Hizo silencio, mientras me regaló una mirada suplicante—. Por favor...
Cuando tomé mi mochila para irme, como era de esperar los chicos me preguntaron el porqué de mi partida, y tuve que decir que no me sentía muy bien; Yago se ofreció a acompañarme, y casi tuve que rogarle a que se quedara.
Alcancé a Joaquín en la avenida, estaba recostado sobre un poste de luz, abstraído. En cuanto me vio, me tomó de la muñeca y me hizo cruzar con él la gran avenida. No esperamos demasiado, un autobús de colores del atardecer nos llevó a nuestro destino, que por cierto estaba bastante lejos. Al inicio tuvimos que viajar de pie, después una señora bajó y ocupé su asiento. Le pedí a Joaquín que me diera su mochila, ya que él aun se mantenía de pie. Su loción estaba impregnada en cada rincón de la tela, suave pero briosa a la vez, contenía su esencia, era como él...
Mi vista se perdió a través de la ventana, en nada en particular en realidad; reconocí el mall aventura plaza al cual había venido días atrás con las chicas, estaba repleto de gente a pesar de no ser hora demasiado comercial. De pronto sentí que alguien se recostaba en mi hombro, no podía ser nadie más que él; me enterneció el modo que se acurrucó, parecía un niño pequeño. Sus ojitos estaban cerrados y su respiración era acompasada. Sin dudarlo más acaricié su rostro con mis dedos, ni siquiera se inmutó.
Después de un sepulcral silencio el carro se detuvo, mientras el cobrador decía: Huanchacho. La gente comenzó a aglomerarse en la salida. Joaquín abrió los ojos de golpe dándome un gran susto.
—Aquí bajamos —pronunció con la voz ronca.
Le seguí por el pasillo, mientras intentaba a través de la ventana ver los alrededores. El olor a playa no tardó en hacerse presente. Las calles estaban acopiadas de cevicherías, y áreas verdes, sobre todo, altas palmeras. Desde mi perspectiva podía divisar las sombrillas acopiadas una a tras otra sobre la arena. El restaurante que llamó mi atención fue el que estaba cubierto de paja en la fachada.
Al cruzar la pista, el ruido enloquecedor de varios muchachos me hizo girar de golpe; jugaban un partido de futbol en la canchita de gras sintético que, según Joaquín, no hace mucho la habían instalado. Más allá se encontraba una pequeña plazuela repleta de gente y, al cruzarla, pude divisar no muy lejos, el muelle que mi mamá tanto había narrado en su diario. Y al lado derecho del mismo, muchos disfrutaban un paseo en los famosos caballitos de totora, una especie de bote hecho de estera. Mi sonrisa se extendió de punta a punta. Tenía muchas ganas de pasearme en ellos; quedé tan ensimismada en verlos que mi acompañante pudo darse cuenta.
—¿Quieres dar un paseo en uno de esos?
Asentí emocionada.
Tomó mi muñeca y me llevó hacia los señores que los alquilaban. De un momento a otro nos encontrábamos arribando el caballito de totora sobre el mar sosegado. La brisa se congeló en mi rostro que me obligó a cerrar los ojos. Saludé a Joaquín que se encontraba en la orilla, elevó su mano y sonrió abiertamente.
El señor que manejaba me comentó como es que se armaba ese tipo de barca, y que más que un atractivo turístico, lo utilizaban en la madrugada para pescar.
Una ola arribó nuestra embarcación y nos elevó suavemente, sentí tocar el cielo. Como era de esperar, me mojé un poco, pero estaba segura que el sol secaría mi ropa en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Te divertiste? —me preguntó mi hermanastro en cuanto pisé la arena seca.
—Mucho, ¿no quieres dar un paseo tú también?
—No, me da miedo.
—Pensé que era yo la miedosa... —bromeé.
Después de regalarme una sonrisa, me llevó al muelle, me tomó muchas fotos, pero él se negaba a tomarse si quiera, decía que no le gustaba tomarse fotos.
Al final del muelle, nos quedamos en silencio mientras contemplábamos el mar; nos recostamos en el barandal, las aguas subían y bajaban impetuosas salpicando su salado sabor en nuestros rostros de vez en cuando.
—Estoy confundido —dijo de repente él.
—¿Sobre qué?
Dejó de ver hacia el horizonte para fijar su mirada sobre mí.
—Sobre ti...
Sus ojos marrones me contaron el remolino de emociones que guardaba muy dentro suyo, muchas cosas le habían ocurrido en los últimos meses, su vida pacífica y tranquila cambió de un momento a otro con mi llegada, tenía problemas con sus padres biológicos, su enamorada de años se fue a otra ciudad, y aunque no lo hablásemos, algo había crecido entre los dos que ninguno de los dos sabía que era exactamente. Decidimos ignorarlo cuanto pudimos, pero era momento de enfrentarlo, yo no tenía la suficiente valentía para hacerlo, mi timidez me lo impedía, pero Joaquín era distinto. Sin embargo, tenía miedo, mucho miedo.
—Esa vez en la playa, esa vez que lloraste... ¿fue por mí? —preguntó lo último casi en un susurro.
Su pregunta me tomó de sorpresa, claro, él lo habría sabido, y probablemente podía ver a través de mí, él sabía lo que yo sentía.
Me quedé callada, porque a pesar que era consciente de la incipiente tensión entre ambos, no sabía lo que él sentía, de todos modos, él quería mucho a Irene, y tal como lo había dicho, yo solo representaba una confusión para él.
Tuve inmensas ganas de llorar, mis ojos se cristalizaron y, mientras tanto, solo atiné a asentir. Las pequeñas gotas marinas, se unieron con mis lágrimas; menos mal el bullicio opacaba mis sollozos.
Repentinamente, Joaquín acunó mi rostro con sus manos y, sin previo aviso, me besó... Apenas y me dio tiempo de cerrar mis ojos.
Un vistazo a la playa Huanchacho
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CUIDADO CON ESE AMOR ©
Teen FictionLas decisiones para un adolescente puede ser fácil y complicado. Los sentimientos pueden jugar en contra, y las consecuencias pueden ser fatales. Jasmine lo sabe muy bien...