Capítulo 17

54 5 15
                                    

Nuestras miradas se quedaron quietas; por primera vez nos miramos a los ojos desde ese incidente. Ninguno fue capaz de emitir palabra alguna. Se sintió pesado y extraño. Mi corazón no dejaba de martillarme el pecho, y un nudo se agrandaba en mi estómago.

—¿Qué haces aquí? —Yago por fin rompió el silencio.

Yo también quería saber qué hacía allí. ¿Por qué había aparecido así de repente? Busqué en su mirada alguna respuesta, pero la forma en que me miraba era tan extraña que no lograba descifrarla. Ningún chico me había visto de esa manera antes, así que no sabía de qué se trataba. Por un momento lo sentí como un verdadero hermano, como un hermano mayor que iba en búsqueda de su hermana menor a la casa de su enamorado. Pero ni Yago era mi enamorado, ni Joaquín mi hermano.

—¿Vienes a ver a mi hermana? —continuó Yago.

Aunque me costaba bastante, no me perdí nada de su expresión y me atreví a mirarle fijamente. Quería escuchar su respuesta. ¿Qué quería escuchar? ¿Quería escuchar que había ido por mí? ¿Por qué?

—Sí —dijo al fin rompiendo el suspenso creado en mi cabeza. Dejó de mirarme también.

Inevitablemente bajé la mirada. Sentí una fuerte opresión en el pecho. ¿Qué esperaba? Era lo más lógico, no era Mimí ni Irene. No era importante para él.

—Ella no está, se fue a eso de su reinado.

Aun con el cuerpo pesado puse la cartera en mis hombros.

—Ya es hora de irme Yago —le dije sonriendo—. Nos vemos mañana.

—¡Espera, iré a dejarte!

—Irá conmigo —intervino Joaquín. Una punzada en el pecho—. De seguro que Irene tarda más.

Los hombros de Yago descendieron.

—Ah... —Se rascó la cabeza—. Entonces chau.

Salimos de la casa en un silencio incómodo y sepulcral. Mis manos estaban sudando y cada vez me costaba más respirar. ¿Por qué tenía que ser así de difícil cuando vivíamos bajo el mismo techo?

Dimos unos cuantos pasos en la misma situación, hasta que mi corazón se detuvo cuando él me agarró del brazo. Debido al impulso me giré de golpe y quedamos muy cerca. Agrandé mis redondos ojos. Mi pecho subía y bajaba frenético. ¿Él también se sentía sí, o solo era yo?

—Jasmine... —habló tan bajo, pero yo lograba escucharlo con claridad. Su mirada era fija e intensa. Iba a decirme algo y eso me ponía nerviosa. Parecía que lo que iba a decir, no le era fácil—. Jasmine...

El motor de un vehículo le hizo soltarme y romper ese momento tenso al instante. Ambos desviamos nuestras miradas al taxi negro que se acababa de estacionar frente a nosotros. Irene bajó de el con su vestido de lentejuelas negro, y tacones altos. No podía dejar de sentirme insignificante junto a ella.

—Amor, no me dijiste que venías. —Se colgó de su cuello y besó sus labios.

No podía mirar más. Todo ese nerviosismo se convirtió en contrariedad. Seguí mi camino sintiéndome fatal. No me importaba si tenía que volver sola de noche, solo quería desaparecer de ahí.

—Jas, ¿ya te vas? —Me detuve al llamado de Irene.

Me giré y le intenté sonreír. Ni siquiera podía verle a él. Tampoco quería hacerlo.

—Sí, tengo cosas que hacer. Nos vemos mañana. —Volví a caminar lo más rápido que pude.

Sentía la humedad en mis ojos en cada paso que daba. ¿Qué me ocurría? ¿Por qué estaba así? ¿Por qué sentía tantas ganas de llorar? Sabía la respuesta, aunque estaba ciertamente confundida. Todo era nuevo y extraño para mí. Sobre todo, con él. Quería aferrarme a la idea de que estaba enredada. Había sido mi primer beso, era lógico que me sintiera así. Pero no era correcto, todo estaba en contra. Él tenía enamorada, una hermosa, por cierto. No iba a dejar de verla para fijarse en mí. Ja. Como si eso fuera lo peor. Estaba empezando a sentir cosas extrañas por mi hermanastro.

CUIDADO CON ESE AMOR ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora