|Capítulo 13|

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Un par de horas después Julia llegó a la tienda donde su hija atendía a una de sus clientas más antiguas.

—Alina, ¿cómo va todo? —dijo.

La voz de su madre alertó a Camila de su llegada a la tienda, pues ella se encontraba de espaldas buscando el pedido de la señora Martínez. No pasaron más de cinco minutos de que ella encontrase el arreglo floral y la clienta pagase cuando su madre la miraba fijamente con cara de pocos amigos diciendo «Siéntate».

Obedientemente la rubia se sentó en uno de los taburetes que estaban cerca de la cristalera y esperó a que su madre pronunciase palabra.

—Me evadististe por la mañana pero ahora no lo harás —indicó—. Quiero que me digas que fue lo que ocurrió para que Gabriel decidiera aparecer borracho en nuestra casa.

Camila abrió la boca pero nada salió de ella.

—Sé que discutieron —informó Julia—. No estabas muy feliz cuando te dije que lo llevaras a tu cuarto para que tu padre no lo viera.

—Fue una estupidez —dijo Camila encontrando por fin las palabras.

—¿Estas segura?

—No sé cómo, pero obtuvo unas fotos de cuando estaba saliendo con Felix —admitió—. No hace falta decir que no terminó especialmente bien.

—Cariño, entiéndelo —pidió su madre—. Estoy segura de que si tú hubieses visto una foto de él así actuarías igual.

—Sí, pero aunque sea lo hubiera escuchado.

Su madre escuchó pacientemente mientras Camila le relataba lo que había acontecido el día antes, cuando Gabriel fue a la tienda por la mañana y lo que le había dicho por la noche.

—Entonces... —dijo Julia expectante.

—Entonces hablaré con él llegado el momento.

—Vale. ¿Te puedo pedir un favor, cariño?

—Claro.

—Solo no te demores mucho —expuso su madre a modo de súplica.

Camila en una risa dijo: —No te preocupes, no lo haré.

♡ ♡ ♡

Ese día en particular fue bastante atareado para ambas mujeres. Entre entregas, pedidos, clientes y más pedidos se les pasaron las horas hasta bien entrada la tarde cuando decidieron tomarse un descanso. Durante esos instantes la campanilla de la tienda volvió a sonar anunciando la llegada de otro cliente.

De mala gana Camila se levantó de su asiento en la trastienda dejando atrás su comida para atender. Vaya su sorpresa cuando se encontró con la madre de Gabriel.

Oh, por Dios, esto no terminará nunca, pensó.

—Buenas tardes Catalina, ¿en qué te puedo ayudar? —preguntó amablemente.

—¡Oh, querida! Justo a la persona que quería ver.

Y allá vamos, pensó Camila.

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