|Capítulo 6|

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El sonido característico de la campanilla de la tienda inundó el lugar una vez Camila cruzó la puerta. Al entrar se encontró con toda clase de decoraciones en tonos que iban del rojo intenso hasta el rosa pastel.

«¿Qué demonios...?» Se preguntó mirando alrededor. «Ahora sí de sí Gabriel ha perdido la cabeza».

—¡¿Gabriel?! —llamó en un grito. A lo lejos escuchó la voz del chocolatero amortiguada por la distancia.

—¡Aquí!

—¿Aquí dónde?

—Aquí —esta vez la voz se escuchó claramente, puesto que él estaba saliendo de una especie de alacena con más globos —algunos a medio inflar y otros nuevos de paquete— y accesorios brillantes y llenos de purpurina.

—¿Te sientes bien? —pregunta la rubia verdaderamente estupefacta—. ¿No tienes fiebre o gripe?

—¿Por qué lo dices?

—En todos los años que te conozco, y son muchísimos a decir verdad, no has decorado nunca para San Valentín —apuntó—. Venga ya, ni siquiera para Navidad.

—A los clientes les gusta. Además, ¿cómo vamos a vender bombones para el día de los enamorados si no hay nada que diga «Feliz día de los enamorados»?

—Touché —aceptó, pero como no podía quedarse callada dijo—. Pero deberías saber que las otras tiendas ya te ganaron.

—¿Eh? —el desconcierto brillaba en la cara del hombre—. Mañana es 14 de febrero.

—Y tienes toda la razón, pero las decoraciones no se ponen el día antes —informó Camila—. Si no las pones desde principios de mes no has hecho nada.

Ante su comentario Gabriel se quedó sin palabras. ¿Qué quería decir con eso? Repentinamente se dio cuenta y dijo:

—Eso no es verdad. Tú solamente querías tener la última palabra en el asunto.

—Y lo logré. ¿No es cierto? —dijo Camila con chulería—. ¿Quieres ayuda?

—No. Esto es todo mío.

—Si tú lo dices...

♡ ♡ ♡

Más tarde ese día mientras Camila tomaba un descanso de la cocina y escribía en su tablet, Gabriel se acercó a ella tapando sus ojos con las manos.

—¿Qué haces? —pregunta ella tratando de sacarse las manos del rostro.

—Espera que quiero que sea una sorpresa.

Con cuidado la condujo a la parte de la tienda que en ese momento se encontraba vacía.

—¿Ya puedo mirar? —preguntó ella con impaciencia.

—No, espera un segundo —la ubicó en el centro del lugar y lentamente retiró sus manos de los ojos de la chica—. Ya puedes ver.

Cuando Camila abrió los ojos se quedó sin palabras. La habitación en la que estaban era completamente diferente y eso que ella había llegado cuando estaba a medio decorar. Los colores rosa y rojo primaban por sobre el característico blanco de las paredes y las flores de colores decoraban las ventanas y los mostradores.

La Dulce EsenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora