|Capítulo 4|

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—¿Que mierda estás haciendo aquí? —pregunta bruscamente hacia el intruso.

—Ay, Camila. ¿Es así como tratas a un viejo amigo? —preguntó en tono burlón—. Félix López —se presentó ante Gabriel extendiendo la mano.

—Gabriel Navarro —contesta al saludo estrechando la mano.

—Así que tú eres mi reemplazo —afirmó mirándolo despectivamente. Gabriel cerró sus puños iracundo. No le gustaba para nada el modo en que el hombre que tenía en frente estaba hablando—. Debo de advertirte, ella es un poco frígida.

Ante el comentario respecto a la rubia, él no se pudo contener y se lanzó sobre el sujeto que desde que conoció lo traía fastidiado.

—¡Gabriel! —exclamó Camila rápidamente tratando de separarlo de Félix, pero él hizo caso omiso al llamado y con voz autoritaria dijo:

—¡Nunca! ¡Escúchame pedazo de mierda! —vociferó claramente molesto, tomando a Félix de la camisa—. Nunca en tu vida te vuelvas a referir a Camila de esa forma. ¿Entiendes? ¡Nunca!

—Gabriel, déjalo. No vale la pena —dijo Camila tratando de separarlos, pero el moreno no entendía, solo tenía ojos para el pelirrojo que tenía delante—. Gabriel, por favor.

Escuchando la desesperación en la voz de la chica, el chocolatero soltó lentamente al hombre que en menos de cinco minutos logró irritarlo hasta tal punto que perdió completamente los papeles.

—Félix, lárgate —dijo Camila hacia el hombre que destruyó su vida pero al ver que él no se iba, gritó—. ¡Lárgate! No te quiero ver aquí otra vez.

La fiereza en sus ojos era tal que Félix retrocedió y comenzó a alejarse. Antes de marcharse pronunció:

—Esto no se queda así. ¿Me oyes, Camila Ripoll? Esto no se queda así.

Una vez se marchó, Camila arrastró a Gabriel hasta la puerta principal para evitar más problemas, porque era consciente de que si lo dejaba solo, Gabriel iba a seguir a Félix.

—¿Qué hacía ese hijo de puta aquí? —gruñó Jaime en cuanto la vio atravesar la puerta de entrada.

—No lo sé papá —respondió Camila con voz cansada—. No quiero hablar de eso.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Gabriel a su espalda.

—Sí, estoy bien. ¿Crees que podemos dejar la cena para mañana? —preguntó ella, cerciorándose que su ex ya no estaba allí.

—Claro, le digo a mi madre —aceptó preocupado, quien sea ese hombre, realmente conmocionó a Camila—. ¿Qué tal está, señor Ripoll? —preguntó hacia el padre de la chica.

Al no obtener una respuesta, Camila le dio una mirada diciendo que lo ignorara, no valía la pena que se molestara cuando sabía que no era del agrado de Jaime.

Esa era una de las cosas que le gustaban de la conexión que tenía con la rubia, con una mirada podían decirse mucho sin la necesidad de recurrir a las palabras.

—Bueno, ha sido un gusto saludarlo —murmuró a modo de despedida—. Nos vemos mañana.

Durante todo el tiempo que Gabriel demoró en despedirse hasta que Camila cerró la puerta el rostro serio de Jaime no cambió ni un segundo.

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