|Capítulo 1|

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Cinco años sin pisar la ciudad que lo vio nacer, cinco años sin sentir el frescor del mar en su rostro.

Gabriel llegó a la costa mediterránea esa misma noche, ahogado en la tristeza por la pérdida de una de las personas más importantes de su vida.

Su padre había muerto.

Su héroe se había ido.

Varios días después de haber enterrado a su padre, el luto era insoportable, la madre de Gabriel, Doña Catalina, se iba consumiendo poco a poco y su hijo era consciente de ello; no hacían más que estar encerrados en casa a la espera de que el dolor que ambos sentían llegara menguar en algún momento. Los días se convirtieron en semanas y en nada la navidad estaba a la vuelta de la esquina, y poco después se celebraba el año nuevo.

Ni las festividades, ni el calor de su hijo animó a Catalina, con el paso del tiempo su vida se marchitaba, el brillo de sus ojos se perdía; así que Gabriel recurrió a lo único que sabía que alegraría, aunque sea un poco, a su querida madre, y lo que, además, le vendría muy bien a él, recordando los viejos tiempos.

Se metió en la cocina y luego de tres horas salió con una tarta de manzana en las manos.

—Mamá —la llamó—, ¿por qué no comes algo?

—No tengo hambre, cariño —respondió con ojos rojos de tanto llanto.

—Hice pastel de manzana —explicó—. Tu favorito.

—Gracias hijo, pero no me apetece.

—Tienes que comer aunque sea algo —demandó.

—Gabriel.

—Aunque sea pruébalo —dice, sirviendo un trozo de tarta en un plato y acercándolo a ella—. Por favor.

—Vale, vale, lo probaré. Pero no porque tenga ganas de comerlo —aclara.

Cuando da el primer mordisco, una sonrisa de satisfacción se dibuja en su rostro.

—Está delicioso, hijo —afirma—. Se nota tu mano para la cocina, no solo para los chocolates.

—Lo que bien se aprende no se olvida, ¿recuerdas?

—Sí, es una lástima que nuestra pastelería lleve tanto tiempo cerrada —una lágrima se escapa por su mejilla al recordar a su querido marido entre aquellas cocinas, haciendo masas y dulces.

—Mamá, no llores más.

—Es que todo me recuerda a él —dice—. Aunque ¿sabes qué? Sería una buena manera de recordar a tu padre. Podrías establecerte aquí.

—Eso se llama jugar sucio.

—No puedes culparme por querer a mi hijo cerca, además —continuó—, si por mi hubiese sido, tu nunca hubieses ido a Francia.

—Mamá —le reprimió con cariño.

Esa noche después de caer en su cama, su mente no paraba de correr. Quizás su madre va y tiene razón, quizás debe de quedarse en España, más ahora que el único familiar que tiene es su madre. Al final se dio cuenta que reabrir la pastelería no era tan mala idea. A la mañana siguiente comunicó a su madre la decisión que había tomado.

La Dulce EsenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora