—Camila —habla Gabriel asombrado—, tiempo sin verte.
No lo podía creer. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se vieron, ella no había cambiado nada.
Se veía igual de hermosa.
—¡Hijo! ¿Quién es? —exclamó Catalina saliendo del mismo lugar que Gabriel—. ¡Oh, Camila! ¿Cómo estás, querida? ¿Y tu madre? Hace tiempo que no la veo.
—Ya sabe doña Catalina, ocupada con la tienda, casi no sale de ahí. ¿Cómo está usted?
—Bien, dile a Julia que hoy la voy a llamar y te he dicho que solo me llames Catalina.
—Lo sé, es la costumbre —responde la chica.
—Bueno, ¿qué buscas? —pregunta Gabriel en tono seco.
—Eh, sí —murmuró Camila volviendo al motivo por el que había ido—. Mi madre está encaprichada en preparar unos regalos especiales por el día de San Valentín y quiere añadir chocolates, así que, por favor dime que tienes bombones de sobra para vender al por mayor —suplicó.
—No tengo para vender al por mayor pero sí tengo en este momento algunos de sobra.
—Gracias.
—Déjame buscarlos.
—Claro.
Mientras Gabriel fue a buscar los chocolates, Catalina se acercó a la muchacha con tal de hablar con ella.
—Bueno, querida, mientras el incompetente de mi hijo —desde la trastienda se escuchó un claro «Te puedo escuchar, mamá», pero aun así ella lo ignoró por completo y continuó con su idea— busca tus chocolates, ¿por qué no me cuentas como te va en el trabajo? Lo último que escuché es que estabas en una editorial.
—Am, sí —contestó a medias.
Fue justo ese el momento que Gabriel escogió para volver al mostrador con una caja de tamaño medio entre las manos. —Al final lo lograste —dice él con una verdadera sonrisa.
—Sí, pero no duró tanto como esperaba, no siempre podemos tener lo que deseamos —respondió ella, pero esa frase guardaba un profundo significado para los dos, fue lo último que se dijeron antes de no volver a verse.
—¿Qué? —pregunta doña Catalina sin entender—. ¿Ya no trabajas para Santiago?
—No.
—¿Pero por qué?
—Mamá, estás siendo fastidiosa —musita Gabriel.
Con una mueca, Catalina iba a responder a su hijo, pero Camila fue más rápida y dijo:
—No, no pasa nada. Está bien. Me despidieron hace dos meses, desde entonces estoy trabajando con mi madre.
—Si ella sigue siendo igual que hace diez años, te compadezco —dijo Gabriel a modo de broma, solo para recibir un golpe en su brazo por parte de su madre.
—Ni te imaginas.
—Bien, por ahora solo tengo estos —habló él volviendo al trabajo—. Mamá, ¿podrías dejar de cotillear y ayudarme a envolverlos para que no se estropeen?
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La Dulce Esencia
RomanceDespués de haber pasado los últimos cinco años en Francia, un joven maestro chocolatero se muda de regreso a su pueblo natal tras la muerte de su padre. Con el objetivo de ayudar a su madre reabre la pastelería familiar, que en poco tiempo alcanzó g...