11 | Serpiente

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Capítulo once: "Serpiente"

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Capítulo once: "Serpiente"

Connor recordaba a la perfección la primera vez que perdió los estribos con alguien.

Ocurrió cuando tenía ocho años y sus padres le comunicaron que tendría un hermano o hermana. Fue el momento en el que rompieron la burbuja perfecta en la que había estado viviendo desde que tenía uso de razón como hijo único. Un bebé llegaría a casa y eso significaba que él pasaría a un segundo plano. Al menos así era la forma en la que lo veía por aquellos tiempos.

Fue la primera vez que sintió cómo la ira lo hacía encenderse y explotar. No hizo nada para evitarlo, porque al ser un niño no sabía cómo debía reaccionar ante una situación así. Sus manos se movieron solas y agarraron lo primero que encontraron: el jarrón que adornaba la mesa del comedor. Lo lanzó contra la pared y se hizo pedazos tras un gran estruendo. Sus padres lo castigaron durante una semana, pero atribuyeron su comportamiento al de cualquier niño asustado que aún no se acostumbraba a algo nuevo. Ya tendría nueve meses más para asimilarlo.

Sin embargo, aquel acontecimiento distaba mucho de ser un hecho aislado. El siguiente percance ocurrió cinco meses después. Connor ya se había hecho a la idea de tener una hermana —o al menos ya no sentía la sangre hervir cada vez que pensaba en ello— y el verano había terminado dando paso al nuevo curso escolar. Connor ya tenía nueve y todo parecía ir bien.

Un martes por la mañana Rina recibió una llamada del colegio de su hijo en la que le pedían que se presentara allí inmediatamente. Al llegar se encontró a su hijo con la nariz sangrando y los brazos arañados. Según le contó el director, un grupo de un curso superior se había reído de su pelo largo y le habían dicho que parecía una niña. La respuesta de Connor fue abalanzarse sobre ellos y lanzar puñetazos, morder y arañar todo lo posible. No tuvo miedo de enfrentarse a tres chicos que lo doblaban en físico.

Esa era una de las consecuencias de aquellos ataques de ira. Su mente acababa tan nublada que no le importaba contra quién atentaba o qué repercusiones tenían sus actos. Solo un pensamiento cruzaba su mente cuando perdía la cordura en momentos como ese: infligir dolor. Era lo único que le importaba. Quería que esos chicos sufrieran, al igual que durante unos segundos también quiso hacer pagar a sus padres por traicionarlo y tener otro hijo.

Connor no pensaba con claridad cuando se le cruzaban los cables. El cuerpo se le empezaba a mover solo, actuaba por instinto y todo pasaba en un abrir y cerrar de ojos. En un momento estaba jugando con sus primos como cualquier otro niño, y al poco tiempo estaba retorciéndole el brazo a cada uno por tomar sus juguetes sin permiso.

Sobra decir que el rubio se metió en muchos problemas durante su infancia. Desde accidentes en casa, pasando por peleas con amigos de toda la vida hasta llegar a enfrentamientos con profesores. Connor no era un niño malcriado ni conflictivo, siempre y cuando algo no le molestase lo suficiente como para sufrir un ataque de ira. Si eso pasaba, Connor desaparecía y alguien más se apoderaba de su cuerpo. Alguien que no era tan paciente ni educado como él. Alguien que se alimentaba del sufrimiento ajeno y se podía convertir en una auténtica máquina de matar.

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