capítulo veinte.

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Aplausos y música armoniosa recibieron a Felix al entrar al salón. Era esa su fiesta de bienvenida, aunque el joven la creía totalmente ridícula siendo que realmente no iba a quedarse, pero ya intentó explicárselo a sus padres. No funcionó. Volvió a sentirse como un muchacho de dieciséis cuando su madre organizó una ostentosa fiesta para presentarlo a la sociedad como un hombre. Había pasado mucho desde aquella vez y seguía sintiéndose nervioso de estar frente a esa superficial sociedad. Los ojos de los socios de su padre y de las amistades de su madre lo analizaban sin pudor alguno. Se dijo, para calmarse, que era muy semejante a sus presentaciones en el teatro de Berna o Roma cuando cada uno de sus movimientos eran analizados por la audiencia, aunque, claro, su público tendía a ser más amable y menos agresivo con sus miradas. Quizás por eso nunca le gustó la alta sociedad surcoreana, todos ellos eran seres sin escrúpulos totalmente indiferentes al resto, a menos que fuese para criticarlos.

Un brindis que produjo un falso sentimentalismo fue el inicio. Su padre habló de él y sobre los logros obtenidos en Europa, como si él lo supiera bien; mencionó que esperaba que su regreso fuese para empezar a administrar Industrias Lee. Eso Felix ya se lo esperaba. El hombre estaba poniendo cierta presión sobre él para que accediese a sus demandas, lamentablemente Felix había superado ya el títere de su padre. Él se iría al cabo de mes y medio que durarían sus vacaciones, probablemente anunciaría su compromiso y volvería a Zúrich porque ahí estaba su vida.

Cuando el discurso acabó, Felix se vio en el centro de atención, con todos mirándolo y murmurando sin ningún cuidado. Entonces, cuando la fiesta dio inicio y el alcohol y el baile fueron primordiales, sus padres se acercaron a él.

― Luces precioso.

Con un traje tan ceñido que casi no le dejaba respirar, seguro, aunque él mismo debía admitir que era un bonito diseño, si no fuera que su peso varió un poco estando fuera. Eso su madre no lo sabía, aparentemente, y fue quien escogió el traje.

― Mis abuelos están aquí ―informó, dejando el tema de su apariencia para más tarde.

Jiho y Hana entraron dados de la mano y se acercaron. Sungjae torció el gesto con disgusto. Nayeon los saludó alegre, especialmente a Hana, agradeciéndoles por haber ayudado a su hijo durante tantos años.

― Hola, Sungjae ―le saludó Hana, temerosa.

― ... Buenas noches, Señora Kim.

Parco y hosco, pero siempre fue así. No podía ser de otra manera cuando Kim Hana fue la amante de su padre cuando estuvo casado con la madre de Sungjae, aquella que Lee sí consideraba su madre, no la, y en palabras del hombre, vulgar prostituta que se ofreció a Jiho.

― ¿C-cómo has estado? ―insistió en preguntar.

― Antes estaba mucho mejor.

― Papá ―retó Felix, mirando a su padre con dureza.

― ¡Vaya, mira quién llegó! ―distrajo Sungjae, no soportando más ser el centro de atención de esa guerra declarada entre su hijo, él y sus padres.

Por la puerta entró Jeongin de mano de Changbin y junto a ellos estaba un hombre que Felix creyó nunca frecuentaría los altos círculos sociales de Seúl. Christopher Bang. El boxeador lucía extremadamente atractivo con un traje a la medida; en sus brazos se notaba cierta tensión por sus músculos y su pecho fornido causó varios descarados gemidos en las hijas de los empresarios más ricos del país.

― Si no es muy grosero, ¿qué hace él aquí? ―preguntó en voz baja mientras el trío se acercaba a ellos.

― Tu padre lo ha invitado.

Obviamente, pero Felix quería saber porqué. Cuando se marchó a Suiza, su padre odiaba a Bang Chan por todo lo que era y lo que hizo, y siempre creyó, Felix, que eso nunca cambiaría, pero al parecer estuvo muy equivocado.

fight for love › chanlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora