xvi. quererme antes de quererte

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—Estoy tirado en el suelo. Está frío pero no me importa, tampoco es que tenga frío o calor, solo sé que estoy tirado en el cuarto de baño. Y que él está llorando.

Apunta lo que digo en su libreta como hace siempre. Llevo casi dos semanas viniendo a ver a la psicóloga pero aún no alcanzo a comprender qué tengo que hacer. Lleva un estilo de terapia extraño, de tipo inmersivo: me hace regresar a situaciones que me perturban, que me causan estrés o, como en esta ocasión, momentos en los que dejo de ser yo mismo. A veces las emociones, o en su defecto, la falta de ellas están tan presentes como si siguiese en esos lugares.

El servicio.

El restaurante.

Crazy Rock.

El hospital...

Y a veces duele. Y a veces me aterra. Pero casi siempre, me deja frío. Recuerdo que llegué a desear desaparecer, morirme, y me quedo mudo.

—¿Y cómo te sientes?

Lo que siento, lo siento ahora. En ese momento estaba totalmente desconectado, por lo que, las emociones surgen al recordar esas imágenes, pero sobre todo al reconocerte a ti en ellas. Puedo ver el sufrimiento desfigurando tus facciones. Puedo sentir cómo te abrazas a mí, tus dedos apretando sobre mi inerte piel y tus lágrimas escondidas en mi cuello. Oigo tu voz en el oído, la forma en la que me suplicas, cómo me pides que vuelva y lo mucho que lo sientes, lo mucho que te responsabilizas de que yo esté así.

Y la situación, ahora mismo, es exactamente igual a lo que pasó entonces; es esta una de esas veces en las que duele y me da miedo por partes iguales. Estás aquí mismo y no puedo alcanzarte, quiero abrazarte pero no llego.

Y te vas.

Y yo no te detengo.

—Impotencia. No puedo hacer nada por él, por mucho que quiera. Y culpabilidad porque le estoy haciendo daño.

Me tiemblan las manos.

Ah.

Está volviendo a pasar.

La psicóloga, Kyoko, me advirtió de que, cuando estas emociones emergiesen, la avisase.

—Estoy otra vez en la zona roja.

—Vale. Mírame. Olvídate del servicio por un momento, ¿vale?

Ella me da las manos. Son suaves, cálidas. Siento que consigue relajarme solo con un leve masaje. Es siempre lo mismo.

—Es suficiente por hoy, Kojiro. Lo has hecho muy bien.

Respiro hondo y me recuesto en el sofá. Como siempre: una sesión dura. Pero ella me aplaude el esfuerzo y por las conclusiones que estoy sacando. Aunque sé que no he terminado mi trabajo aquí, me alivia pensar que voy por buen camino. Todavía me queda mucho, puede que meses de terapia, y solo espero darme cuenta poco a poco de cuáles son esas falsas creencias que me han traído aquí.

El primer día de terapia, Kyoko me habló de ellas. Son esas cosas que asumimos, las que se enganchan a nuestro subconsciente y deciden por nosotros en la mayoría de ocasiones. Y a través de éstas asumimos el mundo, lo correcto, lo malo y quiénes somos. En dos semanas he podido dar con algunas, pero se esconden. Huyen cada vez que me paseo por mis traumas.

—¿Has sacado alguna conclusión hoy?

Y como siempre, Kyoko insiste en que sea yo el que abra los ojos. El que salga a cazar las falsas creencias para sustituirlas por hechos.

Sobre la sesión de hoy tengo más dudas que certezas, pero hay dos cosas que tengo claras:

—No somos culpables de lo que ha pasado, ninguno de los dos. Nadie tiene la culpa.

sodaro kaoru? ▶ matchablossomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora