Felices fiestas, o no tan felices.

7 1 0
                                    

NUEVE.

Felices fiestas, o no tan felices.

24 de diciembre, víspera de navidad.

Si, era víspera de navidad, un salto enorme en el tiempo. ¿Qué podría decirles?

Mon desapareció.

Ni en sus consultas, ni en las mías, después de regresar de Sancris, no volví a verlo.

Tenía una mezcla de sentimientos en mis entrañas, tristeza, un dolor agudo imposible de describir y preocupación. ¿Estaría bien?

Aparté el egoísmo de pensar que podría ser por mi culpa su desaparición; solo pensaba en escenarios horribles donde él estaba realmente desaparecido y siendo buscado por su familia, o muerto por un asalto o un trágico accidente, Alexa intentaba tranquilizarme diciéndome que quizás estaba demasiado ocupado y sus horarios estaban terriblemente atascados, o que probablemente por las fechas había ido a su pueblo con su familia, de la cual por cierto no sabía nada.

¿Y qué decirles de la Navidad?

La época más adorada del año, donde toda la familia se junta por compromiso, haciendo platillos típicos de la navidad, haciendo rifas e intercambios de regalos. Donde los niños fantasean en un personaje gordo y bigotón canoso que trae regalos a cambios de "portarse bien". Donde las familias lloran hipócritamente y desaparecen el resto del año.

¿Qué podría decir?

Me había pasado un par de horas arreglándome, un vestido rojo con rallas negras muy bonito, unas botas negras tipo piel y mi típico cárdigan negro que llevaba a todas partes. No me había peinado, ¿Cuándo lo hacía?

No quería parecer desesperada y solitaria, a pesar de que la invitación en la casa de mi papaíto era a las ocho de la noche, llegaría a las ocho y media o quizás cuarto para las nueve ya que la casa de papaíto quedaba a la vuelta de la mía y no me demoraría ni cinco minutos en llegar así que tomé mi tiempo. Gaby no iría, pasaría la noche con sus amigas probablemente, no era algo sorprendente y... papá no vendría.

En el camino a casa de papaíto me detuve afuera de la casa de mis vecinos, que era muy buenos amigos míos y les grité que tuvieran una nochebuena, me respondieron con lo mismo y con un abrazo nos despedimos. Seguí caminando esquivando a los chamaquitos que quemaban chispitas y aventaban chifladores haciéndome soltar un gritito y correr torpemente con mis botas para evitar que me quemaran, aunque no hacían mucho daño, yo era muy miedosa. Escuchar sus carcajeos agonizantes me divertía.

Llegando a casa de papaíto salude y abracé a mis familiares que no veía con frecuencia, juguetee con mis pequeños sobrinitos, baile un poco con papaíto y cantamos algunas canciones de José José en cuanto mi tío el riquillo estaba borracho, cenamos, intercambiaron regalos y yo aplaudía hipócritamente de felicidad, papaíto se dedicaba a dar regalos a todos y yo siempre me sentía culpable de no poder darle nada a mi papaíto. Lo amaba.

Después de que mi paciencia se agotara y mi cara de culo fuera terriblemente notable por los comentarios que pretendían ser graciosos sobre el alcoholismo y la ausencia de mi padre, me levanté de la mesa, le di un abrazo a papaíto y le desee feliz navidad, le di un beso y me fui avisando que regresaría en un rato, cosa que no iba a hacer.

Y caminé por la novena, aun sabiendo que era peligroso andar vagando en la calle sola a la media noche, no me importó. Había un punto sin retorno de la vida que borraba notablemente la importancia del propio ser, ¿qué más daba si algo ocurría? ¿Es que acaso alguien lloraría? Mamá... mamá lloraría, porque a pesar de su felicidad impecable, ella lloraría por la muerte de su hija más pequeña, la que tanto le costó sacarla adelante.

No me busques, no me encontrarás.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora