🧁 Capítulo 17: Una historia jamás contada

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No he escuchado de Steve, ni de Sadie y no me he encontrado con ninguno de mis compañeros, creo que fui la única aguafiestas que durmió temprano.

Miro la hora en el celular y la aplicación marca que en dos minutos llega el vehículo por mí, bebo de un trago el jugo de naranja y salgo al frente del hotel a esperar el transporte.

El auto llega y el conductor parece amigable, puede que tenga unos sesenta años. Me saluda con calidez, platicamos y me recomienda lugares que sí o sí debo visitar en el tiempo que me queda.

Espero que mis abuelos sean tan agradables como este señor; luego de unos cuarenta minutos en el camino finalmente llegamos a la dirección que la hermana de mamá me dio.

Mis nudillos tocan la madera con sutileza y luego de unos segundos alguien abre: el abuelo, tarda casi un minuto en reconocerme, o en entender que de verdad estoy aquí, y su rostro se ilumina.

—Elizabeth... Ven acá. —Me encierra entre sus brazos con un poco de fuerza—. ¡Cariño! Mira quién está aquí —grita—. Pasa, por favor.

Al entrar, una sensación de tranquilidad me invade, todo está limpio, los colores en las paredes son neutros y hay un montón de imágenes colgadas en la pared.

La abuela sale de una habitación, me mira de arriba abajo con una sonrisa en el rostro, llega a mi lado y me encierra en un abrazo, cuando se aleja mantiene sus manos en mis antebrazos.

—Eres igual a ella. —Sonrío de oreja a oreja y vuelvo a abrazarla—. Siéntate, hija. Regresamos en un momento.

Se adentran a la cocina, pero no puedo quedarme quieta y decido explorar mi alrededor, miro la pared decorada con un montón de cuadros de fotos a blanco y negro, las únicas que existían en sus tiempos de juventud; también hay nuevas de mi tía y su familia, freno a observar una con más cuidado: mamá con su hermana, están abrazándose y desprenden felicidad.

Volteo y los abuelos ya están sentados en el sofá esperándome, ambos llevan cosas en las manos: mi abuela un álbum y mi abuelo un plato con galletas, «son tan adorables».

Tomo asiento en el espacio libre y miramos las fotografías del álbum. Es una sensación extraña pero bonita, mamá no está y cada día la extraño más, pero ellos son sus padres y no la vieron por muchos años, no puedo ni imaginarme cómo se sienten, aunque por las lágrimas que repentinamente comienzan a recorrer la mejilla de mi abuela puedo tener una idea.

—¿Cómo era ella antes de irse a Los Ángeles? —pregunto.

—¿Nunca te contó por qué se fue? —Limpia las lágrimas con un pañuelo que el abuelo le entrega.

+500 KILÓMETROS (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora