De un paso al infierno

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—Sigan caminando y no se les ocurra separarse de mi, ¿escucharon? —Reprendo a mis dos hijas, mientras las aprieto a mis costados con firmeza. Tengo miedo porque debo atravesar como todos los días la calle aledaña al cementerio para llegar a mi hogar y es el único acceso, así que no tengo más opciones.

Miro el paisaje que me rodea y me distraigo viendo el mirador a mi derecha, muy alto. Un hombre rubio mantiene su mirada fría e indiferente sobre la mía sin parpadear y tiene a su alrededor a dos mujeres, la primera castaña, bastante joven y la otra de cabello liso y negro. Ambas me siguen el paso al igual que el primero, aunque estas en lugar de juzgarme con sus ojos delineados a la perfección, me están analizando con detalle. Intento apartar la vista pero algo, no sé como explicarlo, me mantiene en esa posición aunque mis pies se siguen moviendo hacia adelante. Seguimos un largo rato en esa especie de batalla, hasta que una brisa fría revuelve mi cabello, cortando el hechizo.

Mi atención vuelve al camino y ahora estoy en la orilla de un riachuelo muy pequeño y al fondo solo se observan un puñado de arbustos, hierba, árboles con formas extrañas y la neblina de la noche. El hecho de que no sé donde estoy y Ana, mi hija más pequeña, la cual observa la corriente como si quisiera lanzarse, hace que salga de la distracción centrándome en la actualidad de una vez por todas.

Chasqueo los dedos llamando su atención.

—Ok chicas, mamá se perdió un poco pero necesito de su ayuda, intenten buscar el camino al cementerio, ¿vale?

—Vale ma —Responden al unisono e iniciamos la marcha, pero de regreso. Pasamos calles, observo la negrura que va adquiriendo el ambiente y cada 2 segundos me pierdo en las profundidades del tiempo, ya que falta poco para la medianoche y en esa especie de trance, continuamos desorientadas hasta que sin darnos cuenta terminamos dentro del cementerio, con la tierra sobrepasando nuestros zapatos y las tumbas rodeándonos sin dejar escapatoria.

—Mierda —Me permito exclamar, al tiempo que las niñas empiezan a saltar por todo el lugar, como si de un parque se tratara.

—¡Paren, Ana, Isabel, es suficiente! —Grito deseperada y cuando me dirijo a donde están para detenerlas, un conjunto de voces terroríficas se van esparciendo por todo el sitio como una orquesta de fantasmas. Empiezo a correr buscando a mis hijas entre la incertidumbre y la escena me inmoviliza dejándome sin palabras. Las niñas están jugando con un trío de gatos de distintos colores y Ana está sentada en una bóveda sosteniendo entre sus manos al más diminuto de todos, haciendo quién sabe qué con él, porque está de espaldas, tapando con su figura al animal. Me acerco desconcertada y de mi boca sale un grito de absoluta aberración, ya que un cuchillo brilla entre su pequeña mano, con él está cortando las patas y manos del felino y una sonrisa maquiavélica se extiende por su rostro como si no fuera ella, como si un demonio la controlara.

La tomo de la mano guiándola hacia un pequeño charco de agua limpia que logré divisar antes y al obligarla a limpiarse, me percato de que Isabel está pateando y pisando a los otros dos gatos, mientras estos la observan penetrantes casi como si les diera igual el maltrato. Me apresuro hacia ella y al lograr apartarla de allí, en la esquina más lejana una figura de colores festivos ingresa al cementerio colgando entre sus hombros una mochila. Estoy a punto de pedir ayuda, pero avanza en mi dirección a una velocidad alarmante, la cual me hace taparle la vista a Isa que todavía no lo ha visto, mientras observo su recorrido. Logra llegar a 2 metros de donde estoy ubicada, reconozco un disfraz de payaso bastante tétrico, su piel pálida resalta un sin número de heridas por las cuales no sale ni una pizca de sangre, y después de ubicarse en una tumba con una estatua de unos grandes zapatos como los que el mismo espectro trae, rueda la parte de arriba del féretro y lo cierra desde adentro como si nada hubiera sucedido.

Decidida a marcharme voy en busca de Ana, pero unas voces alegres y divertidas me detienen y escondida detrás de una cruz de cemento, logro reconocer al rubio, a la del cabello negro y a la castaña que está de espaldas, pero al voltearse muestra unas manos a carne viva que el chico está envolviendo en una venda.

Me desplazo a mayor velocidad y al llegar a donde se suponía estaba mi hija, su cabeza está bocabajo y no se mueve ni un poco. La levanto con esfuerzo, la coloco en mi regazo e intento sacar el agua de sus pulmones,  mientras un montón de lágrimas de dolor caen en mi rostro, pero solo sale de ella un fluido negro y espeso, intento un poco más, aunque al no obtener resultado, me rindo y suelto su diminuto cuerpo, ignoro lo que acabó de suceder tomando a mi otra niña, la aparto del cadáver guiándola hacia ningún sentido y finalmente llegamos a un pequeño bosque que al atravesarlo nos llevará a la salida. Tomo a Isabel de la mano, inhalo un poco de aire y con una fuerza de voluntad que me sobrepasa, inicio el desafío y me coloco como una barrera a todas esas dificultades que se presentan. Las espinas rasgan mi piel como una hoja de papel, las ramas halan mi cabello con fuerza y mis pies se enredan haciéndome rogar por que esto termine, pero a pesar de todo, sigo arrastrando a mi hija.

A lo lejos empiezo a observar el gran letrero de la salida y me giro para abrazar a mi pequeña guerrera, pero estoy sosteniendo solo su brazo desgarrado y su cuerpo, toda ella, sencillamente no está.

Me tiro al piso dejándome vencer, preguntándole a la nada porque demonios esto me sucede a mí y claramente no hay respuesta, miles de puñales me atraviesan el abdomen y en especial el corazón, pero decido apoyarme en las palmas y seguir avanzando. Lo cierto es que mi razón de vivir ya no está, lo cierto es que Ana e Isa eran mi vida, lo cierto es que no las cuide lo suficiente, sin embargo, ellas no desearían verme sufrir, desearían que peleara por ellas.

Sigo recorriendo el trayecto faltante, al final solo queda dar un par de pasos, los doy logrando el objetivo y por fin, llego a la puerta del infierno que me arrebató todo lo que quería y al subir la mirada una luz resplandeciente me ciega por un momento. Espero, mientras me adapto a ese nuevo resplandor y al abrir los ojos nuevamente, mis dos angelitos se tiran a mis brazos y me besan la cara emocionadas, las agarro, camino hacia ese destello de claridad y me pierdo con ellas en el color infinito del amanecer.

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Por: LVVB_03


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⏰ Última actualización: Jun 10, 2021 ⏰

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