31 | Dandelion

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Auden

Durante el entrenamiento, mi mamá me manda mensaje anunciando que cenaremos en casa de mis tíos. No lo veo hasta que estoy de vuelta en los casilleros y a punto de ir a las duchas. Enseguida le recuerdo del plan que hice con Car de ir con ella para ver tocar a sus amigos y la respuesta llega de inmediato: «Cancela».

—Oye, Kingsley —me llama Patrick, quien camina hacia donde me encuentro, su propio teléfono en mano—. ¿Pasó algo? ¿Mis tíos volvieron a pelear? —pregunta por lo bajito, a pesar de que solo quedamos nosotros en el cuarto.

—No hasta donde sé.

—¿Y entonces? —insiste, alzando un poco el aparato. Veo que está en el chat de mi mamá. Me acerco un poco, él me permite leerlo—. ¿Qué puede ser tan importante como para necesitarnos ahí a los dos?

—¿La universidad? —propongo. Después de todo, la invitación de los abuelos fue para ambos. Tal vez quieran convencernos de aceptar y pasar por el proceso juntos, como los primos unidos que somos...

—Puede ser... Hablando de eso...

—No quiero hablar de eso —lo interrumpo inmediatamente, encaminándome a las regaderas.

—Pero si es por eso...

—Ya veremos en una hora —digo, volviendo a cortarlo.

Hubiera sido gracioso que alguien nos viera a los dos saliendo junto con todos nuestros compañeros de la escuela, tomar caminos opuestos y terminar juntándonos cinco minutos después porque íbamos al mismo lado. Esto de ocultar nuestro parentesco es una lata. Y al mismo tiempo sé que lo prefiero así. Es mejor que escuchar siempre cómo nos comparan, cómo de pronto dejo de ser Auden Kingsley y me convierto solo en «el primo de Patrick Jordan».

Al llegar a su casa, sigue conduciendo hasta llevar el Porsche a su lugar en la parte trasera. Yo dejo mi Camry ahí enfrente, junto al coche de mi mamá. Bajo y me acerco a la puerta, donde mi tía ya nos está esperando con una sonrisa enorme en la cara.

—Hola, Audy —me saluda, con un fuerte abrazo.

—Hola —respondo, devolviéndole el gesto.

—¿Por qué lo abrazas a él primero? —le reclama su hijo.

—Porque a ti te puedo abrazar todos los días, Celostino —le contesta ella, mientras me suelta. Luego va con él, ambos sonríen y se estrujan como si no se hubieran visto en años.

Creo que este es el mayor —si no es que único— parecido entre los dos, a ninguno nos molesta mostrarles amor a nuestras mamás. Ellas lo hicieron cuando éramos pequeños, ahora es nuestro turno.

Dentro de la casa ya están los otros tres adultos esperándonos. Saludamos a todos y a petición de mi tío, no perdemos tiempo para poner la mesa y sentarnos a cenar. El tiempo transcurre, los platos se vacían y vuelven a llenarse, los vasos comienzan con agua y terminan con vino, vodka y... ¿brandy?; la poca luz que quedaba desaparece por completo para darle paso a una noche llena de estrellas que podemos ver por los ventanales. Parece que, lo que sea que quieran hablar con nosotros, no tenían prisa de sacarlo a relucir. No cuando la plática tomó carrera por sí sola; y eso que comenzó con nuestro entrenamiento de hoy.

—Entrando en temas más serios —dice por fin mi papá, después de aclararse la garganta. Aunque su pinta es la contraria a la seriedad. Y a la sobriedad—. Niños, la oferta de sus abuelos, ¿ya pensaron bien si la aceptarán?

Lo sabía...

Patrick y yo contestamos al mismo tiempo, pero él afirmativa y yo negativamente.

—¿Por qué no, Auden? —pregunta mi tío. En su bigote hay crema batida del postre que sigue comiendo y preferiría sin duda ayudarle a limpiarlo antes que contestar, pero no me queda de otra.

Sin vuelta atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora