0 | Prólogo

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La luz del Sol llega a mis ojos por un efímero instante. Inmediatamente después, una sombra me cubre. Sonrío. Aún no estoy del todo despierta pero sé quién produce esa sombra y busco sus brazos, los cuales se cierran alrededor de mí con suavidad. Vuelvo a quedarme dormida. Cuando despierto por segunda vez, él ya no está. Me incorporo y noto que no llevo puesto mi rosado camisón, sino que estoy usando su camisa. Podría acostumbrarme a llevar puesta su ropa todo el tiempo. Su fragancia impregnada en ella es mi perfume favorito. Bajo y encuentro a mi chico en la cocina, tal vez intentando averiguar cómo se preparan los panqueques ya que está muy concentrado en la bolsa de harina. Me acerco rodeándolo por detrás de la cintura.

—¿Se supone que me prepararás el desayuno? —le pregunto —. ¿Sabes cómo se hace? —me burlo con cariño.

—Puedo aprender —responde.

—O puedes dejármelo a mí —opino.

Le quito la bolsa y me pongo manos a la obra. Veinte minutos después ambos estamos desayunando y riendo de cualquier cosa. Platicamos como los grandes amigos que somos desde que nos conocemos, con un nuevo aire de complicidad referente a nuestro tiempo juntos ayer. Alguien toca el timbre. Se ofrece para abrir antes de que pueda decir algo. Sigo comiendo pero por alguna extraña razón, se tarda más de lo que debería. Me levanto para ver qué sucede. Lo encuentro viendo a quien sea que esté fuera sin decir palabra alguna.

—¿Qué pasa? ¿quién es? —pregunto.

Me acerco hasta llegar con él y entonces comprendo su estado de inercia, pues yo me quedo igual. El chico de frente a nosotros clava sus ojos en mí. Sólo dice una palabra como saludo:

—Volví.

Sin vuelta atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora