16 | Broma

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Auden

—¡YA BASTA, WILLIAM! ¡Con un demonio, no puede ser posible...

Cierro la puerta.

Silencio.

—Lo siento —le digo a Chloe, masajeándome las sienes. Es la tercera vez seguida que ella viene y lo que escucha son los gritos de mis papás.

—No te fijes —me responde—. Todos los matrimonios discuten.

—Eso —señalo con una mano a la puerta— no es una discusión, es un duelo a muerte. —Ríe. Después vuelve a ocuparse de la prueba de cálculo que está resolviendo.

Vuelvo a mi lugar a su lado y me dedico a la mía. Ambos nos concentramos en resolver funciones e integrales. Comparamos al terminar y le echamos en cara al otro sus errores mientras nos burlamos amistosamente.

Hemos tomado la costumbre de hacer esto al menos un par de veces por semana. Desde que la cambiaron a nuestro salón hemos pasado más tiempo haciendo tareas y trabajo juntos. Es grato, sobre todo en Literatura. Me encanta sentarme junto a Car y todo pero ella y yo tenemos gustos muy distintos en muchas cosas incluyendo los libros.

Los únicos momentos en los que lamento que mi amiga esté presente es cuando mis padres comienzan a pelear como ahora. Ella comúnmente lo deja pasar con una justificación como la anterior. Aunque por desgracia, esta vez la curiosidad le gana y la incita a adentrarse más en el tema:

—¿Siempre pelean? ¿O es solo cuando yo estoy aquí? —cuestiona con un leve mohín.

—Siempre —respondo con un suspiro. Dejo caer mi lápiz en el escritorio y me recargo en el respaldo de mi silla. Miro al techo y empiezo a explicarle—: Aunque solo durante sus malas rachas. Mi mamá tiene un temperamento muy... fuerte —decido definir—. Mi papá es celoso a más no poder. Comúnmente lo llevan bien. Todo aquél que los conoce dice que admira su matrimonio. Pero cuando se pelean... No es agradable. No es una riña que empieza hoy y mañana termina. Se quedan inestables por semanas, a veces meses.

—¿Cuánto tiempo llevan esta vez?

—¿Cuánto tiempo lleva Max aquí?

—Entonces no es por mí, pero sí por Max —asume.

—Nah —niego—. Solo es coincidencia.

—¿Y cuál ha sido su peor racha? —continúa curioseando, mientras comienza a guardar sus lápices.

—La primera, cuando eran novios —digo enseguida—. Obviamente yo todavía no nacía. Mi papá me contó que duraron así seis meses enteros.

—Y aun así no se separaron —comenta incrédula—. Es decir... si yo estuviera así durante medio año con mi novio... bueno, gracias pero no, gracias. —Río.

—Sé que suenan como la peor relación tóxica que puede haber —admito, a lo que ella asiente en acuerdo—. Pero se aman. Incluso cuando están así se les nota sin problemas. Después de que terminan los gritos, mi mamá se encierra en cualquier cuarto vacío y se pone a llorar. Mi papá deambula la casa como un vago, sin pasarse el rastrillo o el peine, ni bañarse tanto como debe.

La veo remover sus manos dentro de las mangas de su sudadera. Ya voy conociéndola, lo suficiente para saber que algo de lo que dije acaba de inquietarla.

—¿Qué? —le pregunto.

—No debería decirlo —dice, a la vez de que niega con la cabeza.

—Dilo —pido gentilmente.

Con sus pies, empuja el suelo para que su silla se deslice hacia atrás hasta detenerse sola. Me mira, ladeando la cabeza como si sopesara en hablar o no hacerlo. Sé qué es cuidadosa con las palabras. Que se tarde tanto en decidir me preocupa, porque quiere decir que no es nada bueno.

Sin vuelta atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora