Prólogo - El secuestro

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IVAN NASSAR

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IVAN NASSAR

Otra vez centro mi atención en unos CD que estaban sobre la guantera del auto de mi papá, compruebo que solo se trataba de los mismos cantantes aburridos que a él le gustan y los guardo sin retorno para mirar exclusivamente por la ventanilla del auto.

Hacia afuera se ve una noche estrellada, los paisajes desérticos y de poco verde pasan rápido por la velocidad que estamos tomando.

Me canso y miro hacia él. Tiene el ceño fruncido, su respiración va lenta, su pecho sube y baja tan despacio que casi no logro distinguir movimiento. Remoja sus labios tal como hago yo, y cada tanto recoge un mechón invisible de su pelo tras su oreja, tal como lo hago yo.

Con un suspiro me relajo en el asiento.

—¿Todo bien? —habla después de varias horas sin ningún sonido.

Asiento y me dispongo a mirar hacia otro lado para que note mi distancia, pero el trayecto que no cambia en absoluto dificultaba más el incómodo viaje.

<<Quizá dormir no sea una mala idea>> Aunque automáticamente mi mente se va a aquel momento en que toda la verdad salió a la luz y por consecuencia tuvimos que emprender este viaje para rescatar la poca seguridad que quedaba para nuestra familia.

El intelecto de Sebastián era valioso, no sólo por la forma en que pudo ocultar su verdadero ser y todos estos años, sino en cómo colaboraba con la casta de rastreadores sin siquiera estar con ellos. Sus conocimientos, su creatividad, su forma de pertenecer sin ir en contra de sus ideas, hacían que lo admirara más y más. Pero un secreto guardado por tantos años, era una situación que merecía mostrar más que sólo un berrinche. Entonces continúe sin hablar y sin dormir, por unos largo minutos.

En medio de mi silencio contemplo como un golpe seco me impulsa a querer golpear el vidrio delantero, pero no es tan fuerte. Mi padre frena de repente y lo miro con pánico mientras él busca hacia atrás. Lo primero que pensé fue en un simple choque, pero al llegar el segundo golpe, y ver la expresión fría de Sebastián convertirse en una que denotaba miedo irrefutable, todo en mí sabía que algo grave estaba por pasar.

Volvió a arrancar, esta vez la velocidad con la que huíamos era la mayor con la que había viajado alguna vez.

—¿Qué pasó? —pregunto al unísono que me sujeto de la guantera.

Mi padre me ignora para llevar su vista una y otra vez entre el camino y el auto que nos pisaba los talones tan cerca, que nos empujaba a ir más rápido.

Lo miro desesperarse por un instante hasta que se resigna y su ceño se relaja momentáneamente. Vuelve su mirada al volante y empieza a acercar su auto hacia el borde de la carretera, entonces el vehículo que nos sigue nos golpea en el lado izquierdo del capot trasero, provocando trastabillar hacia delante. Pero eso cambia cuando siento las manos de mi padre contra mí, un aire frio arrebatándome todas las reacciones que podría tener, y finalmente siento como revoto y giro por una superficie dura, cada vez más empinada. No puedo detenerme hasta que la cabeza arde y al instante todo es oscuro y silencioso.

Despierto confundido y desubicado, intenté levantarme sin problema pero mi cabeza quemaba. Presioné en la parte trasera y sentí un lastimado con sangre seca. Intento estabilizarme un poco más.

La noche seguía intacta, la luna alumbraba más de lo que mis recuerdos podían.

Me incorporo del todo mientras mis extremidades cosquillean con dolor leve, ignoro todo cuando a mi cabeza, un vago recuerdo de mi padre conduciendo desata mi desesperación. Vuelvo en sí y sin importar nada comienzo a correr hasta llegar a la carretera donde ningún vehículo pasaba. No veía un Alma. Entonces sin dudarlo corro y corro por la calle de asfalto que une aquel lugar vacío con pueblos poco poblados.

Mientras me deslizo por el asfalto grité y supliqué por mi papá y lo único que conseguí con el trayecto que hice fue ver nuestro auto a lo lejos. Aumenté mi velocidad para llegar cuanto antes a pesar del dolor cada vez más latente, sin embargo mientras más cerca estaba, más comprobaba lo que menos quería. Mi padre no estaba y no había rastros de su existencia, de nadie más que yo, allí... solo.

 solo

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Sobrenaturales《Disidencia》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora