Maratón [1/2]
Estúpido chico americano.
Amanda
La oscuridad absoluta me rodea completamente. No recordaba haberme quedado dormida, ni siquiera podía hacer funcionar mi cerebro en este momento. ¿Acaso estaba consciente o soñando? No, debía estar despierta. Al fondo podía escuchar voces, eran lejanas y no podía entender nada de lo que decían. Inhalé hondo y comencé a preocuparme al oler un perfume que sin duda no era el que estaba instalado habitualmente en las sábanas de mi habitación o de la de ninguno que conociera. Abrí con pánico los ojos y de inmediato me arrepentí volviéndolos a cerrar con fuerza. Un penetrante, punzante y venenoso dolor se instaló en mi cabeza como si acabaran de pasar una bala por esta misma. Me acaricié las sienes soltando un quejido.
¿Qué mierda había ocurrido anoche?
Volví a abrir los ojos, esta vez con extrema lentitud. Tardé unos segundos en enfocar mi mirada, hasta por fin comenzar a detallar el lugar donde estaba. Me incorporé de la cama y examiné la habitación. Sí, sin duda no pertenecía a nadie que conociese. Era demasiado... de clase media. Con paredes grises y posters de Marvel y lo que parecían animes pegados a las paredes. Bajé la mirada ante la rugosidad de las sabanas y me levanté de la cama, sin estar demasiado de pie, claramente. A los pocos segundos volví a caer rendida en el duro colchón, con mi cabeza dando vueltas y palpitando. Allí, con la posibilidad de levantarme y escapar de este nido de ratas escapándose entre mis dedos, intenté recapitular la noche anterior. Por un fragmento, por un mínimo recuerdo que me hiciese entender un poco toda la situación.
1. Llegué a la fiesta.
2. Me estaba divirtiendo
3. Ethan me dio una bebida
Eso sonaba normal, ¿no? No estaba lo suficientemente borracha, y hace ya un tiempo que no me drogaba. Por lo tanto, no tenía sentido alguno que no pudiese recordar lo que pasó en la otra mitad de la noche. Y honestamente, en este momento mi mente no estaba lo suficientemente estable para poder formular una hipótesis. Probablemente en mi casa, en mi cama y con una copa de whisky y un episodio de Pretty Little Liars podría hacer teorías. Pero no aquí ni así.
Con un suspiro cansino volví a incorporarme y esta vez si me pude mantener de pie. Bajé mi mirada y mi pulso se aceleró al instante. ¿Por qué no tenía mi vestido puesto? ¿Y DE QUIÉN MIERDA ERA ESTO? Era perra y lo admitía, pero nunca me metería con un desconocido. Debía conocer sus antecedentes, debía saber quien era. No pude haber hecho nada consciente, por lo tanto...
Me apresuré a salir de la habitación con rapidez, y esta vez pude escuchar con claridad las voces. Me di una vuelta para mirar al piso de abajo. Allí se encontraba un chico que podría jurar era amigo de Payne y quien imagino era su madre.
—¡Te di permiso hasta las diez, pequeño infeliz! Y llegas en la madrugada, borracho y con un rayón en el auto.
—M-Mamá... —Tartamudeó temblorosamente.
—¡Nada de mamá! —La mujer exclamó con fuerza—. Bájate esos pantalones que te voy a dar unas buenas nalgadas. ¡Te lo di todo en la vida y así me pagas! Casi me arrancó los pelos anoche esperándote. ¿Y si te hubiera pasado algo? ¡¿Qué harías sin mí, niñato?! Ni tus calzones lavas.
Pude notar como el chico se giraba hacia mí y perdía el —ya de por sí— poco color que tenía en su cara, para después volver hacia la señora.
—Ma... —Apuntó hacia mi y pude notar como ella se enojaba más.
Para ser honesta, de no estar en esta situación me habría reído. La situación era muy cómica, muy... casera. ¿Así serían todas las familias normales? Con las madres despiertas toda la noche preocupadas por su hijo y después regañándole...
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P.D. Recuérdame ©
RomanceEn Inglaterra la señal de elegancia y buen porte es la familia real. Deben ser pulcros, educados, y dar una excelente impresión. Eso es todo lo opuesto a Amanda Griffiths. La princesa británica más polémica que ha existido en los últimos siglos. Su...