Pesadillas.
Amanda.
Oscuridad. Murmullos. Frío. Escaneo a mi alrededor y es lo único que puedo sentir, oír y ver. Me abracé a mí misma. Estábamos a una temperatura baja. Los susurros comenzaron a aumentar su nivel hasta el punto de volverse gritos. Estaba aterrada. Eran gritos desgarradores, como si se encontraran torturando a un alma en algún lugar de donde sea que esté. Me cubrí mis oídos intentando dejar de escuchar los aterradores sonidos. Juraba que, si seguía unos segundos en esta sala, mi cerebro explotaría por el tono de los alaridos, y yo misma gritaría. Subí mi mirada al ver una luz, cada vez se acercaba más. Quizás era mi ángel guardián listo para salvarme. Pero entre más se acercaba el destello amarillo, los gritos subían más su volumen. Quise correr, pero mis pies parecían clavados en el piso. Quería gritar, pero mi garganta se cerró. Simplemente me quedé mirando como la luz cegadora me envolvía. Cerré mis ojos preparada para afrontar mi destino. Sin embargo, estos mismos se llenaron de lágrimas al escuchar a quien pertenecían los gritos. Esa voz. Esa voz que lleva atormentándome un año exactamente comenzó a murmurar mi nombre contra mi oído.
Amanda, Amanda, Amanda...
—Tú... Me... Mataste...
—¡No! —Exclamé yo en un grito, para después abrir los ojos buscando al chico que me llevaba reclamando desde el dieciséis de agosto del año pasado—. ¡Fue un accidente!
—¡Asesina!
—¡No! —Las lágrimas ya nublaban mis ojos, mi pecho dolía y tenía un gran nudo instalado en mi garganta. Mis piernas se sentían débiles, a un punto cercano de desfallecer.
—¡Eres como la parca! ¡Destruyes todo a tu paso!
—¡Harry! —Grité mientras que veía como la luz se alejaba. Caí de rodillas al piso, lo único que se escuchaba eran mis incesantes sollozos.
Él tenía razón.
Era una puta asesina.
Abrí mis ojos de golpe, los leves rayos de sol que se colaban por la ventana quemándome estos mismos. Los cerré y me agarré la cabeza, quien me martilleaba fuerte e incesante. Me incorporé y escaneé el lugar, era una habitación pequeña y desordenada.
Claramente no era mía. Me agarré la cabeza y me giré hacia el lado derecho de la cama, donde un chico descansaba de espaldas. No sabía quien era, o quizá sí, pero por el momento no lo reconocía. Me acaricié el rostro con fuerza.
Maldito alcohol, rico por la noche, un infierno por la mañana.
Suspiré y me levanté de la cama, para después comenzar a caminar en busca de mi ropa, la cual esta desparramada por todo el lugar. Recuerdos borrosos llegan a mi mente.
Martinis, cocaína, chicos guapos en el bar, bragas destruidas.
Refunfuñe para mí misma. Tendría que salir al descubierto. Me subí los tirantes de mi vestido color plata, escotado, corto y de lentejuelas- Agarré mis tacones en una mano y salí de la habitación. El apartamento de este chico era bonito, pero demasiado pequeño para mi gusto. Me acomodé el pelo y agarré mi bolso, para después colgármelo en el hombro. Salí haciendo el mayor silencio posible, lo último que quería era que se despertara y creyera que nos vamos a casar y tener tres hijos. Presioné el botón del ascensor y me crucé de brazos esperando a que llegara.
No recordaba nada antes que haber llegado al bar del centro con Melissa e Isabella. Quería emborracharme. Hoy no era un buen día. De hecho, era el peor. Tragué saliva entrando al pequeño cubículo y presionando el botón que me llevaría al lobby. Me coloqué los tacones con cierta dificultad, debido a las arcadas y mareo que tenía presentes. Después me recosté en la pared del ascensor y deje escapar un par de lágrimas. Él estaría tan decepcionado de mí. De ver en lo que me he convertido.
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P.D. Recuérdame ©
RomansaEn Inglaterra la señal de elegancia y buen porte es la familia real. Deben ser pulcros, educados, y dar una excelente impresión. Eso es todo lo opuesto a Amanda Griffiths. La princesa británica más polémica que ha existido en los últimos siglos. Su...