Capítulo cinco

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Extraños que se cuentan sus dolores y confían el uno en el otro.

Jasper.

Un aire algo triste envolvía el ambiente junto a mi. Memorias nostálgicas rondaban mi mente formando un nudo en mi garganta.

La real academia británica.

Mejor conocida como RAB, fue el colegio donde comenzó mi educación. Aun podía sentir la pizca de emoción en la boca de mi estómago como el primer día que puse pie en el instituto. Pero ya no era un niño de cuatro años. Era un hombre. Y no era la misma criatura inocente con los dos dientes frontales caídos. Me había convertido en un humano, un ser pecador con defectos y virtudes. Con amor hacia el prójimo y un increíble rencor hacia sus regentes.

Podía sentir la mirada de las niñas sobre mí. Era costumbre, sabía que era atractivo, todos se habían dedicado a resaltármelo. Sin embargo, me sentía bastante incómodo con el deseo severo con el que me miraban. Por Dios, son niñas pequeñas, deberían estar jugando a las escondidas. Aunque bueno... No son solo las niñas. Hice contacto visual con un chico que parecía ser de los últimos años. Moreno, y sus ojos muy oscuros, tenía una sonrisa perturbadora en su rostro. Una rubia estaba junto a él, ella claramente era más disimulada, sin embargo, no podría llamarla la reina de la discreción. Me giré frunciendo el ceño. Me dijeron que la directora del comité estudiantil me ayudaría. Saqué mi celular y abrí el bloc de notas.

Ada Payne. Undécimo B.

Suspiré. M temía que mi único recurso era la amistad de mirones, puesto que eran los únicos de su mismo grado. La chaqueta de últimos años los delataba. Los chicos de undécimo siempre usaban una chaqueta especial para ellos. Recuerdo que siempre se veían poderosos usando la prenda acolchada y roja. Ahora lo veo ridículo. Con una mueca comencé a caminar hacia ellos, un chico castaño se les había unido. Él a diferencia de sus otros amigos, me ignoró rotundamente. La rubia se acomodó el pelo y sonrió, me imagino que en un intento de parecer seductora.

Lucía como un pato.

—Ahm... —Carraspeé—. Hola —Sonreí de lado, por cortesía. Odiaba ser maleducado. Aunque tenía mis excepciones, entre ellas la princesa. La cual parecía desaparecida—. ¿Saben donde puedo encontrar a Ada Payne?...

La rubia rodó los ojos. Bajé mis ojos hacia la inscripción en el extremo derecho de su chaqueta. Donde todos los apodos estaban presentes.

—Mel.

—Debe andar en la biblioteca... Siempre anda de rata escurridiza —Respondió ella.

No debía conocerla mejor, o ni siquiera saber su nombre. Con solo escuchar el tono de su voz, supe bien que se trataba de una total engreída. Probablemente amiga de Griffiths. Y de no serlo, harían buena amistad.

—No seas descortés, Melissa... —Murmuró el chico moreno viéndola con el ceño fruncido. Después volvió hacia mi, luciendo una sonrisa resplandeciente blanca—. Debe de estar en la sala de profesores, si quieres te guío.

—No quiero causar incomodidad —Sonreí falsamente. No aceptaría que no quería que ninguno de ellos se me acercase. Quizás hasta le aceptaría al castaño, quien había estado mirando su teléfono todo el tiempo.

—No la caus-

—¿Quién es él? —Un voz grave, masculina y fuerte, a diferencia de la del moreno lo interrumpió. Me giré hacia la derecha, encontrándome con un chico bastante alto y atlético, frunciendo el ceño.

—No nos dijiste tu nombre, guapo —Sonrió la rubia, de nombre Melissa, enroscando y desenroscando uno de los rizos de su pelo. Carraspeé incómodo. Me sentía pedófilo.

P.D. Recuérdame © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora