Capítulo catorce

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—Eres un idiota.

—Quizás... Pero soy un idiota al que le gustas, así que eso lo compensa.

Amanda

Era una tarde soleada, sorpresivamente. No había parado de llover a esta hora desde principios de mes. Los deslumbrantes rayos del sol me pegaban directamente al rostro, sin embargo, lograban aplacarse un poco debido a las ventanas blindadas. Jugué con el dobladillo de mi vestido mientras intentaba calmar mis nauseas. Odiaba los eventos. No era buena hablando en público, y siempre había agradecido hacerlo de forma tan poco recurrente. Pero eso es algo más que ha cambiado desde la muerte de Harry. Su muerte... Nunca pensé que me estaría preparando mentalmente para decir un discurso para el aniversario de su fallecimiento. Solté un suspiro y agaché la mirada.

—¿Se encuentra lista, su alteza? —Murmuró Adolf a un lado mío.

Yo sonreí sin ganas.

—No preguntes cosas a las que ya tienes respuesta —Susurré mientras subía mi mirada para observarlo.

No me pasaban desapercibidas las crecientes canas en la raíz de su cabello y las arrugas que se estaban comenzando a formar en sus ojos. Y me aterraba eso. Sabía que eventualmente Adolf envejecería y se jubilaría, pero no pensé que sería tan pronto. No quería otro guardaespaldas, él más que un empleado se había convertido en... un amigo. Había estado allí siempre e imaginarme momentos como este, con otro hombre a un lado mío, me disgustaba totalmente.

—Lo hará bien, solamente no meta la pata —Me sonrió con diversión.

—Pero si soy experta en eso... —Hice un puchero para después sonreír—. De todas formas, no puedo cagarla. No con esto —Levanté el paquete de papeles en mi mano.

Ninguno de nosotros nunca hacía discursos propios. El personal sabía que éramos inútiles hasta en eso. Por lo tanto, siempre teníamos uno perfectamente preparado. Pasado por quién sabe cuantos filtros. Siempre eran palabras sosas y sin sentimiento. Y eso explica porque el pueblo cree que somos robots. Hasta a veces yo creo que parecemos eso.

—No quiero hacer esto... —Murmuré haciendo una mueca—. No quiero la lástima de los demás, llevo un año con miradas pesimistas... ¡Ya entendí que mi hermano está más frío que un Iceberg a tres metros bajo tierra! No tienen que... —Suspiré abatida—, no tienen que recordármelo.

—No vea este evento como un infierno, princesa... Véalo como un reconocimiento hacia su hermano. Un tributo a su grandeza, que usted misma está organizando.

—No organicé ni una mierda —Solté un bufido recostándome en el espaldar—. Ni siquiera sé adónde estamos yendo. Esto va a ser un circo más de mis padres para intentar quedar bien. Siempre hacen lo mismo, se cuelgan de todo.

Adolf se limitó a suspirar y guardó silencio. Probablemente sabía que tenía razón y no iba a discutir sobre algo que era claramente cierto. Contuve mi aliento cuando el auto se detuvo. Mi corazón comenzó a palpitar con fuerza, siendo solo apaciguado por el alboroto afuera. Inhalé hondo mientras acomodaba mi pelo y me colocaba mis lentes de sol.

—A lo mejor debería meterme una pepita, ¿no? —Susurré intentando calmar mis nervios.

Adolf rio ligeramente.

—No lo recomendaría, su alteza —Murmuró antes de salir del auto junto al chofer.

Inhalé hondo y limpié el sudor de mis manos en la falda de mi vestido mientras Adolf abría la puerta para mí. Salí lentamente sintiendo la calidez del sol envolverme dulcemente junto al entusiasmado estruendo de las personas. Agaché la mirada mientras caminaba en un mar de aplausos y flashes. Podía sentir miradas penetrantes y juzgadores sobre mí por todos lados. Miré directo al piso mientras subía por las escaleras hacia la tarima y suspiré ligeramente aliviada cuando me senté en una de las sillas ubicadas allí. Me sentí ridícula allí arriba, Dios, todo esto era ridículo. Bajé la mirada ante el terciopelo negro de mi vestido y rodé los ojos. ¿Repetíamos el funeral una vez más?

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⏰ Última actualización: May 18, 2021 ⏰

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P.D. Recuérdame © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora