Amanda.
Desde que era pequeña, tenía claro que mi único deber era verme bonita. Una princesa no tiene nada mejor que hacer, más que verse decente ante el ojo ajeno. Mis padres me habían enseñado que lo único que importaba eran las apariencias. Que podía ser una hueca de mierda, sin problema, con tal de ser bonita. Y no bonita de la buena forma. Debía mantener un código de vestimenta y apariencia, el cual no me dejaban romper por nada del mundo.
Cabello perfectamente alisado o con hondas hechas, las naturales te hacen ver como bruja. Maquillaje natural, pero que logre borrar imperfecciones, algo complicado en ti. Ropa planchada y elegante, aunque veo que tu gusto es de mujerzuela pueblerina. Y lo más importante... Buena figura. No quiero una hija gorda, Amanda, es hora que comiences la dieta.
Solo tenía nueve años cuando mi madre hizo la lista de todas las cosas que debía y no hacer. Solo tenía nueve cuando comencé a portarme como mujer. Y solo tenía nueve cuando comencé a sufrir de bulimia.
Observé mi plato de almuerzo. Se veía riquísimo. Un pedazo de pollo apanado, bañado de mostaza. Debajo de este una rica ensalada de lechuga, tomates y maíz y de acompañamiento puré de papá. Pasé saliva disfrutando el olor del manjar. Que lástima que se quede servido. Jugué con uno de los tomates cherry mientras ignoraba la conversación que los demás estaban teniendo. Moría de hambre y lastimosamente ya había comido lo suficiente por hoy. Una botella entera de agua junto con un par de cubos de queso. Con eso soportaría el resto del día sin desmayarme.
—Hey... —Sentí su rasposa barbilla debido a la leve barba que se había dejado, contra mi oído y giré levemente mi rostro hacia Liam, quien me miraba suavemente.
Arrugué mi nariz a modo de incógnita.
—¿Qué sucede? —Susurré.
—¿Tienes algo? —Comenzó a acariciar mi muslo—. No has probado bocado...
—Estoy bien —Me apresuré a contestar fingiendo una sonrisa—. No tengo mucha hambre hoy.
—Me has dado esa excusa desde el lunes, Mandy... Hoy ya es viernes, sabes que puedes confiar en mí. ¿Qué sucede?
—Ya te dije que nada —Murmuré subiendo mi mano hacia su mandíbula, y acaricié sus marcados huesos—. Solo que últimamente no tengo mucho apetito.
—Me preocupas.
Me separé ligeramente y sentí algo estrujarse en mi cuando vi su mueca. No quería que se preocupara, o sufriera. Liam era de las últimas personas que me quedaban, y no quería perderlo. Simplemente necesitaba que fuera feliz.
Solté un suspiro y junté nuestros labios en un pico. Un simple roce de labios.
—Estoy bien, lo juro... —Bajé mi mano hacia la suya y comencé a hacer círculos en su dorso con mi pulgar—. ¿Confías en mí?
—Claro que si... Pero no confío en tu cabeza... Sabes que puedes contarme lo que sea, lo que sea, Mandy...
—Yo...
—Tortolos, odio interrumpir su momento meloso —Melissa habló abruptamente con fuerza, causando que tanto Liam como yo nos volteáramos hacia ella. Tenia una sonrisa picara en su rostro. Eso era mala señal. Significaba peligro—. Estuve pensando...
—¿Tu piensas? —La interrumpió Ethan con tono de diversión, ella le fulminó con la mirada antes de volver hacia nosotros, suavizando su expresión.
—Cómo decía... —Se echó un par de mechones hacia atrás—. Estuve pensando, y señorita luto lleva mucho recluida en su carcaza de extraño a mi hermano —Dijo lo último en un tono más agudo, causando que rodara los ojos–. Deberíamos ir a Capri.
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P.D. Recuérdame ©
RomanceEn Inglaterra la señal de elegancia y buen porte es la familia real. Deben ser pulcros, educados, y dar una excelente impresión. Eso es todo lo opuesto a Amanda Griffiths. La princesa británica más polémica que ha existido en los últimos siglos. Su...