Capítulo dos

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Chico ameircano.

Jasper.

La retumbante música perfora mis oídos, mi concentración intenta basarse en el libro entre mis manos. Sin embargo, la música latina me lo hace imposible. Ya quisiera escucharles bailándola si entendiesen su letra.

Vaya bienvenida, William.

Pero no me puedo esperar menos de él. Soy el más sensato entre los dos. Pero me jode su egoísmo, acabo de llegar de un vuelo de diez horas y media y lo primero que se le ocurre es hacer una puta fiesta. No sé qué villanía habré hecho para estar pagando con todo lo que lo estoy haciendo. El tenerme que mudar de mi amada y cálida California a la nevera de Londres era suficiente castigo. Mi madre pensó que la depresión se iría mudándome, pero sus recuerdos me seguirán atormentando. Ella no será borrada, aunque me lleven a vivir a Marte. Era mi vida entera, siempre lo será. Era el amor de mi vida. Aun duele. Siempre dolerá. Y aunque conozca al mismísimo rey, nunca dejara de doler. Suspiré.

Mi corazón dio un brinco al ver mi puerta abrirse de golpe. Levanté mi mirada encontrándome con unos bonitos ojos color avellana, quisiera protestar, pero por su estado, veo que no es elocuente. Es una chica linda y lo sabe, su alto porte, su vestido corto y su maquillaje recargado, lo demuestra. Abrí mi boca para hablar, pero me interrumpí al ver como vomitaba encima de mi alfombra recién cambiada. Hice una mueca. Si fuese por mí la estaría echando en este momento escaleras abajo y fuera de mi casa. Pero dudo que se desmaye en el proceso.

Con asco me levanté a socorrerla. Quizá en este tipo de cosas debo seguir los consejos de mi madre.

Jasper, se algo empático. No eres el único ser humano en el mundo.

Quisiera. Sin embargo, tengo que convivir con personas como esta extraña. Caminé hacia ella, y mientras más me acercaba pude distinguir las bonitas facciones de la extraña. Era muy, pero muy bonita. Su nariz es respingada, sus mejillas algo regordetas dándole un toque tierno, y estoy seguro que ha de tener pecas desparramadas alrededor de su cara. Ella levantó su mirada hacia mí, pero sus ojos inquietos no disimularon al pasar una mirada fugaz por mi pecho descubierto.

—Yo... Per... Yo... —Comenzó a balbucear, pero por su cara pude deducir que volvería a vomitar.

—No en mi alfombra, otra vez —Mascullé entre dientes guiándola hacia mi baño. Prendí la luz por el codo y dejé que se arrodillara en mi inodoro a expulsar todas las sustancias que ha debido estar tomando a lo largo de la noche.

Hice una mueca viéndola. Con la luz prendida podía detallar mejor. Su piel era cremosa, y su cabello castaño con algunos rayos rubios. Su cuerpo escuálido y delgado, joder... Esta chica debía llevar semanas sin comer.

¿Acaso William metió a una indigente a la casa?

Su pelo cubría su cara. Solté un bufido. Me acerqué unos cuantos pasos a ella y envolví su mata de pelo en mis manos. Aparté la mirada, no quería ver como el líquido era expulsado de su cuerpo. Estaba temblando... Pobre...

Se recostó contra mis piernas. Al parecer ya había terminado. Estaba temblando, se contraía en agonía. Hice una mueca de lástima. Pobre chica... Solté un suspiro y la tomé por debajo de sus muslos. Iba a tener compasión, pero simplemente porque la pobre chica parecía un gato mojado. La dejé metida en mi tina y comencé a correr el agua. Ella apoyó su cabeza en la pared de baldosas blancas. Estaba pálida, casi verde. Fruncí el ceño.

Ella necesitaba atención y mi alfombra también, por lo tanto, decidí sacrificar mi paz y bajar. Me tendría que atener a las decenas de adolescentes borrachas, drogadas y cachondas. Joder... Solté un fuerte suspiro y salí del baño. No sin antes cerrar la llave del agua, claramente. Rebusqué entre la maleta encima de mi cómoda, una camiseta que ponerme. Seleccioné una simple blanca. Solté un gruñido de asco al ver el charco de vomito sobre mi piso. Lo pasé dando una larga zancada y me dispuse a bajar las escaleras, hasta la cocina. En el camino, como lo supuse, las ingenuas niñas bajo el efecto del alcohol comenzaron a insinuarse, a tirarme piropos subidos de tono y algunas incluso quisieron plantarme un beso. Mierda... Se arrepentirán de eso mañana –Si es que se acuerdan–.

P.D. Recuérdame © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora