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— Puf. Cámbiate o mi madre se molestará si llegamos tarde a mi casa.
— Arreglemos esto, Gabrielle — dijo el joven de diecisiete años.
— No quiero hablar contigo, Dorian. Ya no sé qué mierda esperar de ti.
— ¡Que es mentira lo que dicen!
La joven, dispuesta a alejarse de su novio, tomó sus cosas con rapidez. Quería alejar todos aquellos problemas en los que se había metido, y, el primero de todos, era aquella comida que las familias de ambos habían preparado para ellos. Muchos de ellos se preguntaban qué tan fuerte era su amor como para soportar estar separados por mucho tiempo, separados por varias horas y varios kilómetros, kilómetros que serían como un hilo delgado uniendo ambos corazones.
— ¡Gabrielle! — ella escuchó a su novio gritar, seguramente siguiéndola.
Ambos salieron de aquella casa, Gabrielle caminaba con velocidad y Dorian trataba de alcanzarla. De pronto, el chico sintió una presión en el pecho que extrañamente lo hizo parar y fijarse en una cabellera de color caramelo en el suelo.
— Perdón ... — dijo la pequeña sin mirarlo al rostro y sintiendo su rostro sonrojándose.
La pequeña de unos trece o doce años se levantó del suelo limpiando su jean ligeramente ensuciado con algo de polvo.
— ¿Estás bien?
— Sí — habló un poco tímida.
— ¡Vamos, Leen! — todos escucharon la voz chillona de otra pequeña llamándola a seguir corriendo hacia su casa.
— Perdón — volvió a decir sin mirar a aquel joven con el que se había chocado segundos atrás.
Con un rápido movimiento se perdió de vista de los dos mayores, la chiquilla pasó por el lado del chico corriendo como una bala hacia su mejor amiga que la esperaba con ansias al otro lado de la calle.
— ¡Gabrielle! — Dorian volvió a gritar corriendo a su novia.
— Sube, antes de que me arrepienta.
La pareja subió al taxi amarillo que los llevaría a su destino. Uno al lado del otro.
— ¿A dónde? — preguntó el chofer.
Mientras el joven le respondía, uno de los celulares de la pareja sonó anunciando un repentino mensaje.
— Déjame explicarte — le susurró al ver a su novia intranquila.
— No me hables.
— Necesito que creas en mí.
— Jódete, Dorian.
— Saben, recuerdo esa vez que llevé a mi novia a casa. Uy. A mi madre casi le da un paro cardíaco ... — comenzó el chofer a relatar cuando notó algo de nerviosismo en la pareja.
Puf, adolescentes. Pensó.
No habían avanzado mucho, el tráfico horrible los estancó. Por suerte estaban justo debajo del semáforo, esperando seguir adelante en su recorrido.
El semáforo en verde fue motivo para avanzar.
Dorian, al ver a su novia distante, quiso tratar de apaciguar la situación y rosó su mano con la de ella con la intención de que voltease a mirarlo.
— Escúchame, por favor.
— No me toques, Dorian ... — Gabrielle volteó su rostro con brusquedad —. ¡Dios!¡El auto!
El humo negro de la muerte seguía llamándolos.
(...)
— ¡Sáquenlos! Con cuidado.
— Doctor, los perdemos.
— ¡Al quirófano! ¡Ahora!
En emergencias todo era un caos, más cuando se trataba de menores de edad entrando a un quirófano. Al borde de la muerte.
— Se estabilizó, doctor.
— Bien, bien — cuando todo parecía tranquilizarse, cuando las vidas de aquella pareja se habían salvado ... El humo negro de la muerte seguía llamándolos.
La maquinita que registraba el ritmo cardiaco de uno de los jovencitos se detuvo dejándose ver una línea recta en la pantalla y emitiendo un pitido constante.
— ¡Doctor!
— ¡Carguen el desfibrilador!
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Quiero ser tuyo (1)
Ficção Adolescente«El amor es una enfermedad de las más jodidas y contagiosas. A nosotros, los enfermos, nos reconocen por nuestras ojeras. Profundas ojeras que delatan nuestras noches en vela, despabilados por unos brazos que nos ocasionan fiebres devastadoras y nos...