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En Seúl el clima era verdaderamente un problema para Jeon, pues variaba demasiado de repente, pasando de estar lluvioso a estar cálido y soleado en cuestión de minutos.

Las personas de la ciudad solían ser amable pero distantes, él lo sabía. Te veían desde lejos y si eras observador podías darte cuenta de que te juzgaban con cada recorrido que te daban con sus miradas sugerentes.

Sempre estuvo acostumbrado a recibir miradas de todo tipo. En la escuela las recibía de las chicas, aquellas a las que les acaloraba el típico chico arrogante de la clase. Las recibía de algunos maestros que lo miraban de forma desaprobadora cuando daba algún comentario poco empático con intenciones ocultas de aterrizar los pensamientos de la persona a quién respondía, las recibía del director cuando lo veía en el directorio, las recibía de sus padres, las recibía de personas desconocida cuando caminaba en la calle por su atractivo físico y su aura imponente y por supuesto, las recibía de algunos chicos que querían hacerle competencia.

Pero a él no le gustaba ser observado aún y estuviese acostumbrado. Su expresión impenetrable no dejaba mostrar sus emociones reales a menudo, y extrañamente eso le parecía atractivo a los demás. Jeongguk nunca ha podido entender esa fascinación perversa que tiene el ser humano por querer poseer o entender lo imposible.

No le gusta la lluvia. Cuando llueve todo se vuelve gris, triste y melancólico. Cualquier persona que lo viera, diría "viejo, este clima va perfectamente contigo" porque siempre lleva vistiendo prendas oscuras, pero no se confundan, o mejor dicho, conózcanlo bien, la lluvia y él no tienen nada en común.

Jeongguk y su familia crecieron en Seúl.
Generaciones tras generaciones se han mantenido creciendo en la zona central de la ciudad.

El vecindario donde vivían era poco habitado, las casas eran grandes y estaban considerablemente alejadas entre si. Él no era una persona sociable y mucho menos amigable, le gustaba priorizar su soledad silenciosa.

Nunca antes tuvo un amigo, sólo hablaba de vez en cuando en los recreos de su antigua escuela con aquel chico de cabellos rizados llamado Min Yoongi, el cuál era un poco molesto, pero le caía bien porque notaba como los demás le tenían miedo a pesar de que sólo era un saco de huesos de baja estatura, piel como la leche y sonrisa de bebé.

El inicio de clases estaba a la vuelta de la esquina y no sabía si aquello finalmente le aburriría o le entretendría. La era de la universidad lo esperaba con ansias.

Tenía la costumbre de pasear por la ciudad en su moto, le gustaba esa sensación de libertad que le pegaba en el rostro cuando iba rompiendo las leyes de velocidad mientras el viento picaba en su cara y el camino de la Dasanno se mostraba por delante.

Últimamente salía de noche a chequear los alrededores y cuando volvía se cruzaba con un gran Chevy Camaro rojo estacionado casi al medio de la calle. Suponía que aquel auto debía ser de algún rockstar anciano, ya que la casa tenía un enorme parqueo, pero aún así era estacionado problemáticamente dónde no iba.

El primer día de clases en la universidad fue igual, como siempre, tenía cientos de miradas de todo tipo puestas en él.

En algún punto de su vida, recibirlas empezó a darle igual. Caminaba entre los pasillos ignorando el hecho de que las personas se tomaban su tiempo analizando todo en él, mantenía su expresión neutra, su mirada en ningún punto fijo, girando las llave de su moto en sus dedos con aire despreocupado.

Ya sabía la impresión que solía dar con su vestuario típico: sus botas negras, sus chaquetas de cuero del mismo color, el flequillo en su cabello echado cuidadosamente hacia atrás, sus tatuajes y piercings llamativos en su piel nívea y por supuesto, sus pantalones gruesos y grandes, de los que parecían que se utilizaban en la guerra, pero en color negro.

A primera hora le tocaba química, así que se dispuso a caminar al salón, podría elegir donde sentarse y quizás detallar su alrededor.

Entre los pasillos, con una mano en su bolsillo y la otra moviendo deliberadamente las llaves entre sus dedos, dio con el aula del señor Kang, se adentró al lugar sin demora y no se inmutó al encontrar sólo a un chico rubio cabizbajo en la primera fila de asiento, casi frente al escritorio del profesor, justo donde había una pequeña pila de papeles.

— Hola. — Escucha decir una voz grave.

Sabe que es a él a quien se refiere el chico, por eso no le queda más remedio que dar  un asentamiento de cabeza en respuesta, siguiendo su camino hasta el final del salón, con la atenta mirada del chico detrás suyo.

— El profesor Kang ha ido a por un café, hasta ahora no ha llegado nadie más.

Jeongguk nota entonces, no sólo una voz grave, profunda y melodiosa, sino también un rostro perfectamente proporcionado bajo una tez acaramelada y una mirada penetrante.

Vaya, piensa.

— Soy Kim Taehyung.

Jeongguk se debate entre responderle o no, es muy pronto para hacer compañeros, se dice. Aunque Taehyung parece mayor y amable, además lo mira diferente a los demás. No le da ninguna de esas miradas que esta tan acostumbrado a recibir, sólo esta ahí, con sus orbes color miel puestos en él, sentado de forma incorrecta en su asiento sólo por mantenerse observándolo.

— Jeon Jeongguk. — Responde, guardando las llaves de su moto en su bolsillo delantero, sin apartar su mirada de los ojos del rubio.

— Un gusto, Jeongguk. — Taehyung le sonríe y se gira hacia el frente, porque en ese momento más estudiantes se hacen presente en el aula.

Y Jeongguk, después del primer día en la universidad, acostado en su cama a altas horas de la noche, acariciando la pequeña cabeza de su gato Floky dormido sobre su estómago, se pregunta cómo un chico puede sonreír así.

Y Jeongguk, después del primer día en la universidad, acostado en su cama a altas horas de la noche, acariciando la pequeña cabeza de su gato Floky dormido sobre su estómago, se pregunta cómo un chico puede sonreír así

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